La noche del oráculo
Paul Auster
Anagrama, panorama de narrativas, 257 páginas
Publicada en La Nación con el título El peligro de narrar, 2004.
Paul Auster
Anagrama, panorama de narrativas, 257 páginas
Publicada en La Nación con el título El peligro de narrar, 2004.
Como en otras novelas de Auster, como en “El sur”, de Borges, La noche del oráculo empieza con la recuperación vacilante y el deambular por las calles de Nueva York, “como un espectador del sueño de otro”, de un escritor, Sidney Orr, que estuvo a punto de morir. Decidido a volver al trabajo, Sidney entra en el pequeño templo de la escritura que es “El palacio de papel”, la librería del múltiple y equívoco señor Chang, y adquiere un cuaderno de tapas azules fabricado en Portugal. ¿Sobre qué escribirá? Sidney recuerda una conversación con el ya famoso y ya viejo escritor John Treuse, segundo avatar del mismo Auster, pero sobre todo, el protector y antiguo amigo de su esposa Grace. Treuse le ha sugerido alguna vez escribir sobre Flitcraft, un personaje de un relato interno en El halcón maltés, que después de salvarse milagrosamente de una muerte accidental abandona sin despedirse a su mujer y deja atrás toda su vida anterior en busca de una nueva existencia. En la versión contemporánea que, casi para readiestrar la mano, inicia Sidney, Flitcraft es un editor que recibe una novela inquietante, llamada La noche del oráculo, sobre las catástrofes íntimas que esperan a quienes, como Prometeo, pueden avizorar el futuro.
Así, uno tras otro, se abren sucesivos relatos, pero si bien a primera vista esta novela puede hacer pensar en cajas chinas y en libros gratos al posmodernismo como Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, el método de Auster se acerca más al procedimiento de Borges de acumular diferentes versiones facetadas alrededor de un mismo “tema”. En este caso el tema es la facultad peligrosamente anticipatoria de la escritura, y los viajes de la memoria en el tiempo: lo que perdura del pasado en el presente, como explosivos enterrados que no deben pisarse, y los universos paralelos, todos reales, que pueden bifurcarse con giros aterradores a cada instante.
A la vez, hay un interesante ejercicio de gradación en la intensidad de la escritura, de acuerdo a los diferentes niveles de los relatos: desde la puesta en escena minuciosa, vívida y llena de “preciosos detalles” de la vida privada de Sidney a los tanteos y aproximaciones de su primer borrador, desde la narración en boca de Treuse, a través de un diálogo, de la historia del estereoscopio, al guión de cine algo bastardo, apenas bosquejado, para una nueva adaptación de La máquina del tiempo. Cada uno de estos registros diferentes está, sin embargo, susurrando algo al lector y también al propio Sidney, que empieza a descubrir en aquello que escribe pistas de su relación con Grace que hubiera preferido no ver.
Los lectores fieles de Auster encontrarán también destellos de algunos de sus libros anteriores: el trabajo absurdo y fatigoso de mover las guías telefónicas les recordará La música del azar y las escenas iniciales los primeros momentos de Lulú on the Bridge. Pero quizá lo más curioso de La noche del oráculo sea su cercanía accidental con textos argentinos: además de la obvia huella borgeana que han señalado los críticos (“el resultado del cruce entre Borges y Dashiel Hammett”), el recurso de desarrollar partes de la historia en desmesuradas notas al pie de página recuerda el cuento “Nota al pie” de Rodolfo Walsh y la reconstrucción /imaginada por Sidney/ de la infidelidad de su mujer, uno de los cuentos de hospital y paranoia de Julio Cortázar.
Si algo quizá puede reprochársele a Auster en este libro (aparte del diálogo casi moralista /sobre los niños virtuosos del/ Equipo Azul) es que haya abandonado a su Flitcraft en el encierro de un refugio antiatómico, cuando este encierro es el acertijo más fascinante de la novela, y se prolonga como una nota desesperada de auxilio hacia adelante en espera de una solución. Las patadas que recibe en su lugar Sidney en su expulsión del templo de la escritura tienen posiblemente que ver con la propia incomodidad del autor por este relato dejado de lado. Pero en realidad todas las historias de “segundo grado” caen bajo el peso dramático de los tramos finales, en que La noche del oráculo adquiere la terrible precisión de las tragedias.
Después de cierto decaimiento en sus últimos libros Paul Auster regresa con esta novela a lo mejor de su literatura, con una historia verdaderamente conmovedora, por momentos deslumbrante, sobre la piel que levanta la nunca inocente tentación de escribir.
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