Publicado en Revista La Nación, 2005.
Si bien Truman Capote se hizo famoso sobre todo por A sangre fría, creo que lo mejor de su obra está repartido entre su obra Desayuno en Tiffany’s y algunos de los relatos de Música para camaleones. Hay allí uno en particular, Ataúdes tallados a mano, que por mucho tiempo no pude volver a leer por la razón más pueril: me había dado miedo de verdad, una clase de miedo que no sentía desde la infancia, como si me hubiera expuesto a una forma insidiosa e irreversible del mal. Lo empecé en la circunstancia más desprevenida: estaba tumbado en la playa, el sol era amable y mi hija hacía flancitos de arena a mi alrededor. Cuando terminé, sólo veía sombras, como si el sol se hubiera apartado, y no conseguía que se me borrara la risa triunfante de Quinn, al borde del río, después de haber llenado sus siete ataúdes. El cuento lleva como subtítulo Relato real de un crimen americano, pero se especula que Capote quería repetir el éxito A sangre fría y fingió para los lectores que había detrás una historia documentada. Recién ahora, diez años después, porque lo invoco dentro de una novela propia, pude volver a leerlo, como quien desarma, con el temor de ser lastimado, una antigua trampa. El filo está intacto: el cuento daña.
Si bien Truman Capote se hizo famoso sobre todo por A sangre fría, creo que lo mejor de su obra está repartido entre su obra Desayuno en Tiffany’s y algunos de los relatos de Música para camaleones. Hay allí uno en particular, Ataúdes tallados a mano, que por mucho tiempo no pude volver a leer por la razón más pueril: me había dado miedo de verdad, una clase de miedo que no sentía desde la infancia, como si me hubiera expuesto a una forma insidiosa e irreversible del mal. Lo empecé en la circunstancia más desprevenida: estaba tumbado en la playa, el sol era amable y mi hija hacía flancitos de arena a mi alrededor. Cuando terminé, sólo veía sombras, como si el sol se hubiera apartado, y no conseguía que se me borrara la risa triunfante de Quinn, al borde del río, después de haber llenado sus siete ataúdes. El cuento lleva como subtítulo Relato real de un crimen americano, pero se especula que Capote quería repetir el éxito A sangre fría y fingió para los lectores que había detrás una historia documentada. Recién ahora, diez años después, porque lo invoco dentro de una novela propia, pude volver a leerlo, como quien desarma, con el temor de ser lastimado, una antigua trampa. El filo está intacto: el cuento daña.
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