Presentación de Samanta Schweblin

Presentación de "Pájaros en la boca", de Samanta Schweblin
"Texto a partir de la desgrabación publicada en el blog Hablando del asunto. Video de la presentación en youtube.
 
    Antes que nada: estoy muy feliz de estar en la presentación de este libro, que creo es uno de los libros de cuentos más notables de los últimos años, quizá de la última década. Recuerdo pocos libros de cuentos que hayan sido tan fundamentales en la literatura argentina reciente. Todos sabemos que es fácil criticar un cuento, decir dónde falla esto o aquello. Incluso, a veces se puede señalar exactamente la línea en donde un cuento se cae. Pero mucho más difícil es poder decir por qué un cuento es bueno, o por qué es buenísimo, como es el caso de los cuentos de Samanta.
    Lo que yo quiero hacer, lo que quiero proponerles, es leer algunos fragmentos, el principio de algunos de estos cuentos y mirar allí el procedimiento, el arte cuidadoso y delicado de Samanta.
    Entonces, el principio de “Irman”:
    “Oliver manejaba. Yo tenía tanta sed que empezaba a sentirme mareado. El parador que encontramos estaba vacío. Era un lugar amplio, como todo en el campo, con las mesas llenas de migas y botellas, como si hubiera almorzado un batallón hace un momento y todavía no hubieran hecho tiempo a limpiar. Elegimos un lugar junto a la ventana, cerca de un ventilador encendido del que no llegaban noticias. Necesitaba tomar algo con urgencia, se lo dije a Oliver. Él sacó un menú de otra mesa y leyó en voz alta las opciones que le parecieron interesantes. Un hombre apareció atrás de la cortina de plástico. Era muy petiso. Tenía un delantal atado a la cintura y un trapo rejilla oscuro de mugre le colgaba del brazo. Aunque parecía el mozo, se lo veía desorientado, como si alguien lo hubiese puesto ahí, repentinamente y ahora él no supiera muy bien qué debía hacer. Caminó hasta nosotros. Saludamos; él asintió. Oliver pidió las bebidas y le hizo un chiste sobre el calor, pero no logró que el tipo abriera la boca. Me dio la sensación de que si elegíamos algo sencillo le hacíamos un favor, así que le pregunté si había algún plato del día, algo fresco y rápido, y él dijo que sí y se retiró, como si algo fresco y rápido fuese una opción del menú y no hubiese nada más que decir.”
    Algunas de las cosas que ya se ven en este principio: la instalación inmediata de una atmósfera de incertidumbre, una atmósfera que ya tiene algunos visos amenazantes y a la vez, algo que va a ser desde luego muy importante en el cuento, el punto de vista, la clase de personaje. Estos dos que están en la ruta y que ya introducen un cierto registro coloquial en donde asoma algo de la tensión entre el pobre hombre que está en la situación de debilidad muy particular que se verá más adelante en el cuento y el abuso o la violencia que se va a ejercer sobre él a partir de algún momento. Pero esta atmósfera de extrañeza se introduce sutilmente, con una nota de humor.
   Lo que aquí erosiona lo real, o lo real prosaico, y lleva al cuento hacia un tono más amenazante es justamente el desconcierto del mozo que, cuando le dicen “algo fresco y rápido” se retira y no atina siquiera a preguntarles exactamente qué quieren. Acá se ve algo que aparece también en otros cuentos, que es la elección diversa de punto de vista y de personajes. En este caso, el punto de vista de un hombre. Pero hay una gran versatilidad en la manera en que Samanta elige personajes; a veces habla desde el punto de vista de un hombre, a veces, como un chico, a veces desde mujeres, a veces desde un padre.
    Leo ahora algo del segundo cuento “El cavador”. Este cuento es uno de mis favoritos del libro, tiene vinculaciones quizás con Kafka, con el cuento “Ante la ley”.
     “Necesitaba descansar, así que alquilé una casona en un pueblo de la costa, lejos de la ciudad. Quedaba a quince kilómetros del centro, siguiendo el camino de ripio, hacia el mar. Cuando iba llegando, los pastizales me impidieron seguir en auto. El techo de la casa se veía a lo lejos. Me animé a bajar. Tomé lo imprescindible, y seguí a pie. Oscurecía y, aunque no se veía el mar, podía escuchar las olas alcanzar la orilla. Ya estaba a pocos metros cuando tropecé con algo.
     -¿Es usted?.
     Retrocedí, asustado.
     -¿Es usted, don? -un hombre se incorporó con dificultad-. No desperdicié ni un solo día, eh… Se lo juro por mi mismísima madre…
     Hablaba apurado; estiró las arrugas de la ropa y se acomodó el pelo.
     -Pasa que justo anoche… Imagínese, don, que estando tan cerca no iba a dejar las cosas para el otro día. Venga, venga -dijo, y se metió en un pozo que había entre los yuyales, a solo un paso de donde nos encontrábamos.
     Me agaché y asomé la cabeza. El agujero medía más de un metro de diámetro y adentro no se alcanzaba a ver nada. ¿Para quién trabajaría un obrero que no reconocía ni a su propio capataz? ¿Qué andaría buscando para cavar tan profundo?”
    Así, en media página, en una situación aparentemente normal, queda instalado el elemento que preanuncia un horror ya de tipo metafísico, un tipo de atmósfera inquietante. Pero acá además hay un pequeño detalle, que muestra un poco la maestría de Samanta y algo de lo que es su estilo a la vez despojado pero absolutamente consciente, preciso, deliberado.
    Fíjense cuando hace la descripción del lugar:
   “Cuando iba llegando, los pastizales me impidieron seguir en auto. El techo de la casa se veía a lo lejos. Me animé a bajar. Tomé lo imprescindible, y seguí a pie.”
   No explica ni describe, como hubieran dicho tantos escritores, el detalle innecesario de lo que finalmente tomó, la marca, la herramienta… dice simplemente “Tomé lo imprescindible y seguí a pie”. Y uno realmente se va junto con el movimiento del personaje; todo tiene la fluencia de la mirada del personaje.
    Tercer cuento, para que vean también los cambios de registro. Este cuento es muy tremendo pero a la vez es uno de esos cuentos que uno no puede dejar de seguir con una especie de sonrisa íntima, de humor negrísimo. Se llama “Cabezas contra el asfalto”:
     “Si golpeas mucho la cabeza de alguien contra el asfalto -aunque sea para hacerlo entrar en razón-, es probable que termines lastimándolo. Esto es algo que mi madre me explicó desde el principio, el día que golpeé la cabeza de Fredo contra el piso en el patio del colegio. Yo no era violento, quiero aclarar esto. Sólo hablaba si era estrictamente necesario, no tenía amigos pero tampoco enemigos y lo único que hacía en los recreos era esperar solo en el aula, lejos del ruido del patio, hasta que la clase volviera a empezar. Esperaba dibujando. Eso apuraba el tiempo y me apartaba del mundo. Dibujaba casas cerradas y peces con forma de rompecabezas que encastraban entre sí. Fredo era el capitán del equipo de fútbol y hacía con los demás lo que quería. Como esa vez que a Cecilia se le había muerto el tío y le hizo creer que había sido él. Eso no está bien, pero yo no me meto en problemas ajenos. Un día, durante un recreo, Fredo entró en el aula, me sacó de un tirón el dibujo en el que estaba trabajando y se fue corriendo. Lo seguí. El dibujo eran dos peces rompecabezas, cada uno en una caja, y ambas cajas dentro de otra caja. Saqué eso de cajas dentro de cajas de un pintor que le gustaba a mamá, y todas las maestras estaban encantadas y decían que eran un recurso muy poético. En el patio Fredo cortaba el dibujo por la mitad y las mitades, en mitades, y así, mientras su grupo lo rodeaba y se reía. Cuando ya no pudo cortar pedazos más chicos tiró todo por el aire. Lo primero que sentí fue tristeza. No es un decir, siempre pienso en cómo siento las cosas en el momento en que me pasan, y quizá sea eso lo que me haga más lento, o más distraído que el resto.”
    Aquí hay un recurso de lenguaje muy interesante. Es el discurso de un chico con una perturbación mental y en el fondo, en esta especie de monólogo, está el transcurso de toda una vida. En la cursiva del “recurso poético”… y más adelante con otras frases en cursiva, aparecen las frases que él va escuchando de sus padres, de los educadores, del afuera, son como focos brillantes y uno percibe que alrededor de esos focos se estructura su pensamiento y quedan como fragmentos del discurso que lo va -diría yo- reteniendo dentro de la normalidad; una normalidad siempre a punto de estallar.
    Cuando leía este cuento me acordé mucho de una novela de Doris Lessing que se llama El quinto hijo, donde está relatada una situación parecida desde afuera, desde la madre, que percibe que tiene un hijo que es diferente de los otros cuatro que ha tenido, que es como una bomba de tiempo que ella debe vigilar y que en algún momento va a explotar para convertirse en un monstruo. Lo que logra Samanta es algo, creo yo, todavía mucho más difícil, que es mostrar el mecanismo por adentro. Me parece extraordinario el recurso, muy simple pero a la vez muy original, de esas frases que aparecen en cursiva y que representan el discurso y la barrera de lo normal.
    Finalmente, quiero leerles el principio de “En la estepa”:
     “No es fácil la vida en la estepa, cualquier sitio se encuentra a horas de distancia, y no hay otra cosa más para ver que esta gran mata de arbustos secos. Nuestra casa está a varios kilómetros del pueblo, pero está bien: es cómoda y tiene todo lo que necesitamos. Pol va al pueblo tres veces por semana, envía a las revistas de agro sus notas sobre insectos e insecticidas y hace las compras siguiendo las listas que preparo. En esas horas en las que él no está, llevo adelante una serie de actividades que prefiero hacer sola. Creo que a Pol no le gustaría saber sobre eso, pero cuando uno está desesperado, cuando se ha llegado al límite como nosotros, entonces las soluciones más simples, como las velas, los inciensos y cualquier consejo de revista, parecen opciones razonables. Hay muchas recetas para la fertilidad y como no todas parecen confiables, apuesto a las más verosímiles y sigo rigurosamente sus métodos. Anoto en el cuaderno cualquier detalle pertinente, pequeños cambios en Pol o en mi.”
    De nuevo aquí, hay algo en este principio que podría pertenecer a lo real más obvio, y sin embargo ya está también la atmósfera de la soledad, de la estepa, y un paisaje que parece evocar algún tipo de futuro amenazante. Este es un cuento con este otro costado cercano al relato de anticipación, que liga a Samanta con una variante más oscura de Ray Bradbury, de autores de ese estilo. A diferencia de los otros, aquí aparece como narradora una mujer y un tema que pertenece más típicamente al ámbito femenino, como es la maternidad. Hay por lo menos otros dos cuentos donde hay temas que remiten a hijos y al embarazo: “Mariposas”, y ese otro cuento extraordinario que se llama “Conservas”, donde una mujer queda embarazada en un momento inadecuado para su carrera profesional y encuentra una manera de reabsorber el embarazo. Una manera que no es la que ustedes se imaginan, por supuesto. Una manera original que corresponde al mundo de la ficción.
    Lo que quiero hacer notar es que aún cuando incursiona en el mundo de “lo femenino”, toma los temas típicos de nuevo con un giro original, desde un costado absolutamente siniestro, no desde un punto de vista reivindicativo, ni idílico, ni dulcificado, sino desde un enfoque hasta revulsivo.
   Fui anotando durante esta lectura algunas de las características que encuentro en los cuentos de Samanta.
- Versatilidad: la posibilidad de utilizar como narradora diferentes voces, diferentes máscaras, esa feliz esquizofrenia de los escritores.
- Imaginación: la variedad de ámbitos, de registros, de elementos de lo real que aparecen.
- Planificación: todos los cuentos están muy pensados; se nota en la manera en que están organizados, la tensión narrativa, el suspenso creciente. Hay un gran trabajo por detrás.
- Oficio: siempre la forma que elige Samanta parece ser la más natural y perfecta para lo que quiere decir.
- Deliberación: todos los elementos del cuento puestos en la prosecución del efecto final.
- Adecuación del lenguaje: cada historia plantea un problema de lenguaje y lo que logra Samanta son registros de lenguaje absolutamente distintos incluso dentro del registro coloquial. Por ejemplo, el registro coloquial del cuento “Irman” está buscado con el suficiente grado de aspereza y de violencia como para crear la tensión del cuento.
- Tensión: una de las características principales de los cuentos es que todos apuntan a algo oscuro, inminente, amenazante.
- Originalidad: en el sentido de que cada uno de los enfoques que ha elegido tienen a la vez cierta aparente simplicidad pero esconden por detrás todo un mundo.
  Y ahora, para contrastar con algunos de los mandatos, con aquellos otros conceptos dicotómicos con éstos y que de algún modo están sobre la mesa a la hora de las valoraciones críticas, yo hice este pequeño ejercicio:
    En vez de la “literatura del yo” y de la primera persona casi autobiográfica, variedad de personajes y puntos de vista.
   En vez de la confesión de diván o el diario personal, imaginación y la posibilidad de crear distintos mundos, incluso mundos fantásticos.
   En vez de la espontaneidad, la planificación.
   En vez de la supuesta libertad de la asociación libre y de la divagación, la libertad superadora que da el oficio. (Todos sabemos que la libertad de manejar, el automovilista la obtiene cuando puede incorporar y “olvidar” las lecciones de manejo; del mismo modo que la libertad del jugador de tenis es mayor cuando ya aprendió y puede deshacerse de la técnica del golpe. La libertad nueva que aparece cuando el oficio se domina. Samanta no hace lo que puede sino que hace lo que quiere.)
    En vez de la exhibición del lenguaje, la adecuación del lenguaje para resolver el problema de escritura que cada historia plantea. El lenguaje no es algo así como la marca del escritor sino que tiene que ver con la historia que se cuenta.
     En vez de la fragmentación, unidad de efecto.
   En vez de la disgregación, la tensión narrativa y los crescendos.
   En vez del repertorio generacional, la originalidad de temas. (De la misma manera en que es muy difícil saber al leer los cuentos de Samanta si están escritos por un hombre o una mujer, es también muy difícil saber a qué generación corresponden; no es una escritora “generacional”.)
   En vez de la opacidad como supuesta virtud, la extrañeza; una extrañeza lograda con una escritura absolutamente transparente.
   Y en vez de la inclinación a ciertos lugares comunes de lo femenino, lo femenino tomado desde un lugar absolutamente distinto y aun siniestro.
   Sobre esto quería decir, finalmente, que leí hace poco una opinión extraña en un diario, de un escritor que comentaba que el lugar que tiene ya Samanta en la literatura argentina se debe más a lo que no han hecho otras escritoras de su generación que a sus propios méritos. Entonces yo quisiera terminar con una frase de Ana María Shua que me parece que resume muy bien –en una línea- lo que yo estoy luchando por decir aquí desde hace tiempo: Tenemos aquí a la mejor cuentista argentina, sin distinción de géneros.

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