(Prólogo para la primera edición china. Ed. Shangai 99, 2010)
En Bahía Blanca, la ciudad donde nací, cuando tenía quizá doce años, un amigo a quien yo derrotaba fácilmente al ajedrez me llevó en venganza a la casa de un primo segundo, un poco mayor que nosotros. Era una casa antigua y oscura y nos salió a recibir la madre. Este primo parecía vivir encerrado a solas en la penumbra mortuoria de su cuarto. Recuerdo que jugaba de una manera indirecta y extraña. Mi amigo me contó que había aprendido solo, reproduciendo partidas de los libros. Yo era su primer contrincante real y me venció de una manera humillante. Al año siguiente se inscribió en el torneo abierto del Círculo de Ajedrez y llegó hasta la final, en una sucesión asombrosa de triunfos ante los mejores jugadores de la ciudad. Pero cuando todo parecía indicar que se convertiría en un gran ajedrecista dejó de pronto de jugar.
En Bahía Blanca, la ciudad donde nací, cuando tenía quizá doce años, un amigo a quien yo derrotaba fácilmente al ajedrez me llevó en venganza a la casa de un primo segundo, un poco mayor que nosotros. Era una casa antigua y oscura y nos salió a recibir la madre. Este primo parecía vivir encerrado a solas en la penumbra mortuoria de su cuarto. Recuerdo que jugaba de una manera indirecta y extraña. Mi amigo me contó que había aprendido solo, reproduciendo partidas de los libros. Yo era su primer contrincante real y me venció de una manera humillante. Al año siguiente se inscribió en el torneo abierto del Círculo de Ajedrez y llegó hasta la final, en una sucesión asombrosa de triunfos ante los mejores jugadores de la ciudad. Pero cuando todo parecía indicar que se convertiría en un gran ajedrecista dejó de pronto de jugar.
Ya en la universidad, todavía en Bahía Blanca, tuve un compañero que era también retraído y silencioso, muy alto y flaco, con la apariencia de alguien que no está enteramente en este mundo. Un día enfermó y con un par de amigos le llevamos a su casa los apuntes de clase. Salió a recibirnos la madre y yo sentí que, como en un túnel del tiempo, entraba otra vez a la misma clase de casa y me asomaba, otra vez, al mismo misterio. En la habitación de nuestro compañero había unos cuadros muy vívidos que él pintaba, a la manera de El Greco. Eran caras impávidas y religiosas, extraordinariamente retratadas con un detallismo obsesivo, pero a una le faltaba un ojo, a otra la nariz, y esos huecos horrorosos atraían y repelían como abismos. De la conjunción de esas casas, de esas madres, y de esos adolescentes que brillaban a solas y para nadie, con una luz condenada a extinguirse, surgió Gustavo Roderer, el protagonista de esta historia.
Acerca de Roderer fue mi primera novela y es todavía mi libro más querido. Apareció en enero de 1993, muy poco antes de que me fuera por dos años a Inglaterra. Cuando regresé a mi país vi con sorpresa que el libro que yo había abandonado a su suerte había circulado de boca en boca y se había abierto por sí solo su camino. Desde entonces, no dejó de reeditarse y poco a poco fue también cruzando fronteras. Ojalá que los lectores chinos puedan encontrar para esta novela, tan lejana y cercana, el mismo lugar que tiene para mí, entre la emoción y la nostalgia.
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