Publicado en ADN Cultura, La Nación, 2008.
Si bien Seinfeld se presenta a sí misma como una sitcom “sobre nada”, basta mirar cualquier episodio al azar para advertir que esta “nada” nunca es menos de dos historias –desarrolladas y resueltas en media hora- siempre ingeniosas y sutilmente conectadas, más una cantidad de chistes y diálogos brillantes, más la destreza escénica y los tics extraordinarios de George, Kramer, Elaine, más esa cualidad inasible, tan infrecuente en televisión, y que podríamos llamar, en sucesivas aproximaciones, talento, clase, originalidad, gracia… La serie fue a duras penas sostenida en el aire, durante cuatro temporadas, por una cantidad fiel pero minoritaria de espectadores. Finalmente “explotó” cuando la pusieron a continuación del programa líder Cheers y fue descubierta por millones. La base de la comicidad, casi siempre, es detectar detalles ínfimos de la vida cotidiana y agrandarlos hasta el absurdo con la lupa de la obsesión, de la fobia, o del entusiasmo equivocado. Sin proponerse provocar, Seinfeld llegó lejos como pocas series en cuanto a humor negro (la muerte desternillante de la novia de George), o a sexo (la apuesta sobre quién resistirá más tiempo sin masturbarse). Y posiblemente más lejos que todas en cuanto a inteligencia.
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