Sobre la mesa de luz

   Acabo de terminar Las crónicas de Clovis, de Saki (Editorial Claridad). Es parte de una colección que reúne los relatos completos de Saki en castellano, y siempre es un placer volver al humor negro, a la delicadeza burlona e iconoclasta, y a la maestría ligera de sus cuentos.
   También leí en estos días, durante un viaje, El cónsul honorario, de Graham Greene (Editorial Sudamericana). Es una novela que transcurre en los años 70, en una zona que podemos identificar como El Chaco argentino. Unos guerrilleros paraguayos cruzan la frontera para secuestrar al embajador norteamericano y capturan por error al cónsul honorario de Inglaterra. A nadie le interesa demasiado rescatar a este rehén, algo así como un figurón decorativo y algo corrupto, que se dedicaba (adivina adivinador) a la importación fraudulenta de autos con su franquicia diplomática. Una novela extraordinaria, que empieza como tragicomedia, pero cala cada vez más hondo en la soledad y la espera de un hombre librado a su muerte anunciada. Empecé también La investigación, de Stanislav Lem (Editorial Bruguera), un relato policial hasta ahora muy intrigante sobre un fenómeno aparentemente paranormal: muertos que empiezan a moverse en sus ataúdes.
   Siempre leo también en paralelo algo que tenga que ver con la crítica o la teoría literaria. En estos días descifro, anoto, escribo signos de pregunta y admiración y cada tanto me peleo mentalmente con los artículos de El mundo, el texto y el crítico de Edward Said (Editorial Debate), que logran ser profundos y densos en su intento de perseguir los pliegues y repliegues de cada idea, pero sin renunciar nunca a la vocación de claridad.

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