Cruces entre Guillermo Martínez y Javier Marías / Massimino

Acerca de La muerte lenta de Luciana B. y Mañana en la batalla piensa en mí

Horacio Daniel Massimino


El mundo depende de sus relatores y también de los que oyen el cuento y lo condicionan a veces.
Javier Marías, en Mañana en la batalla...


Borges ha dicho que los temas de la literatura no son más que los que pueden contarse con los dedos de las manos: amistad, odio, desengaño, amor, traición, venganza y otros pocos más. Claro está, en algunas obras el tema no resulta tan fácil de delinear. Si tomamos a Shakespeare, por ejemplo, podemos coincidir en que Romeo y Julieta habla sobre un desencuentro amoroso; sin embargo, no podemos definir con tanta claridad el tema de Hamlet.

Ahora bien, en el presente trabajo nos proponemos indagar sobre dos temas que aparecen en obras contemporáneas: la culpa y la autorreferencialidad, en La muerte lenta de Luciana B del argentino Guillermo Martínez y Mañana en la batalla piensa en mí, del español Javier Marías.

Entendemos por ‘culpa’, como la define Moliner: “Con respecto al autor de un delito o falta, circunstancia de haberlo cometido, que le estigmatiza moralmente y le hace responsable de él ante la justicia, ante los demás o ante su conciencia”. En cuanto a ‘autorrefencialidad’, como un diorama, nos referimos, por un lado, a la referencia interna que tiene un texto literario acerca de su propia producción; y por el otro, también a una referencia interna pero esta vez a cargo de la voz narrativa.

En primer lugar, la novela de Martínez trata sobre la relación que mantuvo Luciana B. con un escritor en el pasado, el vínculo que enfrenta en el presente con el narrador y el enlace entre el ayer y el hoy con los dos escritores mencionados: el Kloster de antes y el narrador. A partir de una serie de crímenes, Luciana responsabiliza a su antiguo jefe, Kloster, y le pide al narrador que investigue. Así, in medias res, comienza la novela de Martínez que se viste por momentos del ropaje del policial, del suspenso y de la intriga.

Por su parte, la novela de Marías narra la historia de un negro literario a quien, en el momento de concretar una encubierta cita amorosa, su compañera romántica se le muere en los brazos y lo deja en un departamento ajeno, en compañía del hijo de ella y de su cargo de conciencia.


La culpa en La muerte lenta de Luciana B y en Mañana en la batalla piensa en mí.

A partir del momento inicial de la novela de Guillermo Martínez, y a lo largo de todo el relato, pareciera ser que Luciana B actúa movida por la culpa. Así es como se deja ver, en el pedido desperado de ayuda al narrador:

El teléfono sonó […] La voz sólo dijo Luciana […] no parecía en ningún sentido alegre. Hizo una pausa. ¿Podía verme? Necesitaba verme, se corrigió, con un acento de desesperación. (9)

Esta necesidad desesperada, como la califica el narrador, es motivada por la culpa que siente el personaje femenino. Hacía diez años, Luciana había trabajado con Kloster. Luego de un incidente que ella capitalizó como si se tratara de acoso sexual, le inició una demanda. Juicio ganado de por medio, a partir de entonces, todos los allegados a ella empiezan a morir en sospechosas circunstancias: el novio, el hermano, los padres, la abuela.

Luciana está segura de que todas ellas fueron perpetradas por Kloster, quien de esta manera se estaría vengando de lo ocurrido en el pasado. Es decir, siente y sabe que aquel juicio es la causa de sus desgracias de hoy. Y justamente por este motivo es que ella siente culpa, se siente responsable. Y quiere saber. Y necesita ayuda, la ayuda que puede encontrar en el narrador:

—Sólo quiero saber por qué —repitió ella detrás de la bruma de lágrimas— sólo quiero que hables con él y le preguntes por qué. Por favor —volvió a suplicarme—, ¿harías eso por mí? (89).

Pero no sólo ella se ve a sí misma de aquella manera. Kloster, quien había sido acusado de esas muertes, entiende lo mismo acerca de Luciana:

—¿Por qué haría Luciana algo así?
—Por el motivo más obvio: la culpa. Porque sabe que es culpable y se está dando a sí misma el castigo que cree que se merece. (157)

En realidad, lo que pareciera ser una justificación, por parte de Kloster, para el accionar de Luciana, es su mejor defensa. Ya sabemos, desde los antiguos indios y su ajedrez, que no hay mejor defensa que un buen ataque. Y justamente de eso se trata la argumentación de Kloster: para rebatir las imputaciones a las que lo somete Luciana, busca desacreditar a su adversario. Y por momentos, pareciera ser que logra persuadir al narrador.

En cuanto a la novela de Javier Marías, el narrador se siente culpable por la muerte de su amante, tan responsable que la niega constantemente en un acto de autojustificación:

Tampoco quiero suplantar ni perjudicar a nadie, usurpar nada ni vengarme de nadie, expiar una culpa ni proteger o tranquilizar mi conciencia ni ahuyentar mi miedo, no hay por qué, no he hecho nada ni me han hecho nada. (77)

Tanto en La muerte lenta… como en Mañana en la batalla…, la culpa, más que estar asociada a la responsabilidad ante la justicia, al decir de Moliner, está especialmente emparentada con la responsabilidad ante la conciencia y, en mucho menor grado, ante los demás.

Así, el narrador siempre está justificándose, como si en esa justificación se le fuera la vida. Parecería ser un alegato que se presenta a sí mismo y a los demás, como si alguien lo hubiera juzgado o lo estuviera juzgando por algo de lo que es responsable.

Desechar la culpa posible, la gente cree en la predestinación y en la intervención del hado, cuando le conviene. Como si todo el mundo tuviera interés en decir, llegado el caso: 'Yo no lo busqué, yo no lo quise', cuando las cosas salen mal o deprimen, o se arrepiente uno, o resulta que se hizo daño. (26)

Justamente esta negación constante y sistemática de la culpa y de la responsabilidad, harían ver fácilmente el lado oculto, aquello que no se quiere mostrar o dejar que salga a la luz. Resulta llamativa esta oscuridad, tanto que lo que hace es traer a la luz, iluminar, despejar (si se quiere), precisamente, lo que se quiere velar.

Nada tiene que ver con la culpa ni la mala conciencia ni el arrepentimiento, nadie hace nada creyéndose miserable en el momento de hacerlo si siente la necesidad de hacerlo, sólo luego vienen el malestar y el miedo y no vienen mucho, es más malestar o miedo que arrepentimiento, o es más cansancio.” (192)

El narrador, que por momentos parece omnisciente, en realidad es limitado y proyecta en otros sus propios pensamientos, sentires y reflexiones.

Pensé yo solo que quizá se estaba ya deprimiendo o arrepintiendo o que le había entrado miedo, las tres cosas toman a menudo la forma del malestar y la enfermedad, el miedo y la depresión y el arrepentimiento, sobre todo si este último aparece simultáneamente con los actos que lo provocan, todo a la vez, un sí y un no y un quizá. (7)

Justamente, esta falsa omnisciencia haría creer al lector que los pensamientos de los personajes les son propios y reales, mas en verdad no están mediados por el narrador Víctor sino que forman parte de su propia inventiva. Más adelante nos detendremos en este punto en particular.


La autoreferencialidad en La muerte lenta de Luciana B y en Mañana en la batalla piensa en mí.

Por otro lado, tanto en la novela de Guillermo Martínez como así también en la de Javier Marías, hay muy claras referencias a la conciencia que tiene cada uno de los personajes narradores acerca del proceso de narración. En otras palabras, quien lleva la voz narrativa textualiza su condición de tal.

Dicho en otras palabras, la voz narrativa tiene conciencia de su condición de tal, como se observa en este pasaje a cargo del narrador de Mañana en la batalla piensa en mí:

—¿Sabía que se estaba muriendo?
—No, no se le pasó por la cabeza en ningún momento. A mí tampoco. Fue muy repentino. —Qué sabía yo lo que se le había pasado por la cabeza, pero lo dije, era yo quien contaba. (386)

En este pasaje, se da en un doble sentido. Por un lado, el narrador-personaje sabe hasta dónde puede llegar y cuándo y cuánto puede agregar de su inventiva. Por el otro, sabe y está seguro de saberse narrador y asumir esta condición. Claro que en beneficio propio, podría decirse. Como fuere, lo que queremos destacar es que está al corriente de su condición.

Lo mismo ocurre con el narrador de La muerte lenta de Luciana B:

Llego a la parte más difícil de mi relato[1]. (226)

El narrador habla, al igual que en la cita anterior, de su relato, de su versión de la historia, de su condición de narrador, en última instancia. Es decir, da cuenta de que él es el narrador. Pero no solo lo sabe sino que además deja prueba fehaciente con esta situación. Y a esto nos referíamos cuando al comienzo hablábamos de autorreferencia.

En la novela de Javier Marías a veces se llega a tal punto que esta voz parecería desdoblarse en una personificación:

Y ahora no sólo no hay nada que quiera saber sino que soy yo quien debe ocultar, es de mí de quien se pueden averiguar los actos y también los pasos o arrancarme un relato y obligarme a que cuente […].  (277).

Esta autorreferencia hace que el relato se vuelva un relato sobre el relato mismo. O lo que es mejor, un relato sobre la forma del relato. Un narrador hablando sobre el hecho de narrar, como si fuera casi un metanarrador.

Este hombre es previsor y anticipatorio, está alerta y cuenta con lo que casi nadie cuenta: cuenta con lo venidero y ve lo que ocurrirá después, y por ello cuando hace algo cree que además es justo. O acaso no será así sino que será a la inversa, acaso tenga buena retórica mental y verbal y actúe en todo sin premeditación, sabiendo que encontrará más tarde el argumento o juicio adecuado para justificar lo que habrán improvisado su gusto o su instinto, esto es, para explicarse sus actos y sus palabras, sabedor de que todo puede defenderse y de que cualquier convicción contraria puede ser rebatida, la razón puede dársenos siempre y todo puede contarse si se ve acompañado de su exaltación o su excusa o su atenuante o su mera  representación, contar es una forma de generosidad, todo puede suceder y todo puede enunciarse y ser aceptado […]. (179-80)

En este párrafo podemos leer, en segundo grado si se quiere, lo que para el narrador es el oficio de narrar, algo así como una pragmática del hecho narrativo.

Los narradores de ambos relatos se reconocen a sí mismos como la parte —o el todo, en ciertos casos— que permitirá hacer conocer la historia, como el artilugio por el cual los lectores podrán tener acceso al saber. Y, para no dejar dudas sobre este particular, el madrileño declara:

Marta no lo supo, pero yo sí y yo soy el que cuenta, el que está contando y el que permitirá que otros hablen […] (318)

En el caso de la novela de Guillermo Martínez, se narrador se maneja por el costado de la ambigüedad. Lleva a tal punto esta característica que el lector, al terminar de leer el relato, no sabe a quién creerle: si al narrador, si a Luciana o a Kloster. O a ninguno, en el último de los casos. Con lo cual el lector quedaría en una zona de total incertidumbre y desconsuelo. Digamos que sería una obra bajo las mismas tintas que Otra vuelta de tuerca, de Henry James[2].

En cuanto a la culpa y el arrepentimiento, como dijimos arriba, serían estos el motor que mueve tanto a los personajes de Kloster y de Luciana como así también al narrador —aunque a éste en menor grado—.

Por otro, la novela Javier Marías se mueve bajo los mismos hilos. Aunque el grado de incertidumbre es mucho menor, es mayor el rasgo autorreferencial y, en especial, el de la culpa y tal vez el arrepentimiento. Tanto, que el narrador  constantemente lo niega, por lo cual logra el efecto contrario. Justamente, al igual que el Raskólnikov de Crimen y Castigo, pareciera moverse por estos carriles:

Es el que cuenta quien decide hacerlo y aun imponerlo y quien se descubre o delata y decide cuándo, suele ser cuando ya es demasiado grande la fatiga que traen el silencio y la sombra, es lo único que impele a veces a contar los hechos sin que nadie lo pida ni lo espere nadie, nada tiene que ver con la culpa ni la mala conciencia ni el arrepentimiento, nadie hace nada creyéndose miserable en el momento de hacerlo si siente la necesidad de hacerlo […] (392)

Para finalizar, dejamos otra cita en donde se ve claramente los acápites de la autorreferencialidad y la conciencia:

Pero cada uno entiende como quiere y se cuenta su propia historia, no hay dos iguales aunque sean la misma vivida por ambos ('Y además no pertenecen sólo al que asiste a ellas o al que las inventa, una vez contadas ya son de cualquiera, se repiten de boca en boca y se tergiversan y tuercen, y todos vamos contando las nuestras. (221)

La cita corresponde a Mañana en la batalla... Si no aclaráramos de qué novela está tomado el fragmento anterior, bien podría pensarse que fue tomado o de una o de otra. Tal es la condición de conciencia autorreferencial en ambas novelas.

En esta novela de Marías se cuentan dos historias paralelas y, por la maestría y el talento del escritor, ninguna de esas dos es la misma.

En el caso de La muerte lenta de Luciana B, hay una única historia contada desde diferentes ángulos: el de Kloster y el de Luciana. Según quién la cuente, será nuestro acceso al saber. Y, en este caso en particular, nuestra indeterminación, nuestra incertidumbre.

Acá encontramos una divergencia con respecto a la otra novela estudiada. En el caso de Mañana en la batalla piensa en mí, aunque menos tangibles, hay dos historias: lo que sucedió en el departamento, es decir, lo que refiere el narrador (en su acto de relator) y lo que sucedió en Londres (esta vez el narrador obligado a ser oyente, o si se quiere, a ser narrador pasivo).

Palabras finales

Recapitulando, en ambas novelas, los personajes se mueven por el sentimiento de culpa que obra en el interior de cada uno de ellos: tanto Luciana como Kloster (de La muerte lenta...) como Víctor y Eduardo (en Mañana en la batalla...)

Los visos de la conciencia narrativa, es decir, de la autoreferencialidad, son omnipresentes en ambas obras. A tal punto que —como hicimos arriba— si tomamos un fragmento y no tenemos ningún otro indicio, bien se podría pensar que corresponde a una obra cuando en realidad es de la otra y viceversa.

Por último, Mañana en la batalla cuenta dos historias que corren paralelas y que hacia el final del relato se le revelan al lector; en tanto que en la novela del bahiense, hay una única historia contada desde dos focalizaciones distintas.



Bibliografía

Culler, Jonathan. Breve introducción a la teoría literaria. Tr. Gonzalo García Rodríguez. Barcelona: Crítica, 2004.
García, Carlos Javier. “Rastros de la memoria en Mañana en la batalla piensa en mí de Javier Marías”. Confluencia 15.2 (2000): 72-84.
Marías, Javier. Mañana en la batalla piensa en mí. Madrid: Alfaguara, 1998.
Martínez, Guillermo. La muerte lenta de Luciana B. Buenos Aires: Planeta, 2007.
Moliner, María. Diccionario de uso del español. 2.ª ed. Madrid: Gredos, 2001.  

[1] El resaltado es nuestro.
[2] En interesante en este punto, la propuesta de Culler sobre la distinción entre historia y discurso. Es indispensable distinguir entre el orden de la historia y el del discurso narrativo. Como señala este autor, dos son los planteamientos principales en torno a esta distinción. Según el primero, los sucesos pertenecen a  la realidad de la ficción y no al discurso narrativo que lo presenta. Su naturaleza, por lo tanto, es prediscursiva e independiente de la valoración y significado que se les asigne en la presentación verbal. La historia y el discurso tienen esferas propias, independientes la una de la otra. Según otro planteamiento, que Culler contrasta con el anterior, las estructuras de significación del discurso narrativo pueden determinar la naturaleza misma de los sucesos presentados. Se trata de ver hasta qué punto el narrador de Mañana en la batalla... como así también los discursos de Luciana y Kloster, en La muerte lenta... buscan imponer un sentido cuya lógica desestabiliza los sucesos presentados en ambos textos.

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