Prólogo para El punto de vista, de Henry James
A principios de 1879 Henry James ingresa en su cuaderno de notas el argumento de un nuevo relato: “Una historia contada en cartas, escritas alternativamente por una madre y su hija, y que den versiones totalmente diferentes de la misma situación.” James se extiende un poco más en esta nota, hasta elaborar toda la trama de una novela que nunca llegó a escribir. Poco después, en marzo del mismo año, vuelve en otro apunte sobre el procedimiento epistolar: “Descripción de una situación o incidente en una alternancia de cartas, escritas desde un punto de vista aristocrático y uno democrático, ambos iluminadores y sinceros.”
El punto de vista, publicado por primera vez en 1882 en la Century Magazine, toma finalmente algo de ambas ideas. La joven Aurora Church escribe la primera de las cartas todavía a bordo del transatlántico que la lleva a ella con su madre desde Francia -donde Aurora se educó desde niña- a Estados Unidos, su patria que verá por primera vez, todavía para ella una terra incognita. Cuenta aquí la secreta razón del viaje: su madre consintió en volver “únicamente porque vio que, al carecer de dote, yo nunca me casaría en Europa”. En la segunda carta, escrita por la madre, aparece en contrapunto uno de los conflictos predilectos de James, que alguna vez él resumió de esta manera: “el creciente divorcio entre la mujer americana (con su comparativo tiempo libre, cultura, gracia, instintos sociales, ambiciones artísticas) y el hombre americano inmerso en la ferocidad de los negocios, sin tiempo para nada que no sean los intereses más sórdidos, puramente comerciales, profesionales, democráticos y políticos.”
La madre escribe sobre las perspectivas de su hija en el nuevo mundo y comenta las quejas de Aurora: “Me dice que le he dado una falsa educación… ningún americano se casará con ella, porque es demasiado extranjera, y ningún extranjero se casará con ella porque es demasiado americana.” Todo parece apuntar así a una típica novela de James, en que dos hombres que Aurora ha conocido durante el viaje, de puntos de vista, ideas políticas, y temperamentos también opuestos tratarán de cortejarla cada uno a su modo apenas pongan pie en tierra. Sin embargo, a partir de cierto punto esta línea inicial se disgrega y cede paso a un coro de personajes más amplio que conformarán, a través de las impresiones de sus respectivas cartas, un cuadro de situación vivaz, inmediato, y muchas veces admirablemente profético, de las costumbres, la cultura, la educación y la política americana en el despuntar de la democracia. Así, entre la novela epistolar y los apuntes de viaje, Henry James pasa revista a los cambios en su país natal después de su propia ausencia por largos años en Europa. Y las sucesivas cartas parecen las voces contrapuestas dentro de sí que argumentan a favor y en contra de cada novedad, en el forcejeo interior que sufrió en ese período el propio James entre establecerse otra vez en América o volver a Europa. Hay notas admirables sobre los viajes en tren, sobre los hoteles, sobre las formas de cortejo entre los jóvenes, sobre los cambios del idioma inglés en suelo americano. Aparece aquí una vez más, antes que el entomólogo de los sentimientos, el Henry James amante de Balzac, que también es capaz de registrar las modificaciones sutiles en las costumbres de la gran escena social, y que parece debatirse todavía sobre cuáles serán sus futuros temas: “una vez que uno siente, estando aquí, que los grandes problemas del futuro son sociales, que una poderosa marea está arrastrando el mundo a la democracia y que este país es el mayor escenario en que ese drama pueda ser representado, los temas de moda en Europa parecen mezquinos y parroquiales”. Como una nota humorística inesperada, hay al pasar una alusión disimulada a sí mismo, cuando menciona, como uno de los pocos escritores a rescatar en América, a “un novelista con pretensiones literarias, que escribe sobre la cacería del marido y las aventuras de los americanos ricos en nuestra vieja y corrompida Europa”.
Los lectores más fieles de Henry James descubrirán también entre estos apuntes el “germen”, como solía llamarlo él, de lo que serán luego otros relatos: “Por descontado que insistirás en las catedrales y los Ticianos… poco a poco tendremos todos los Ticianos y nos traeremos varias catedrales.” Está aquí en latencia el personaje del millonario que viaja a Europa a desvalijar museos, como en La protesta. En la crítica a la prensa americana se anticipa el relato Los diarios; y cuando se refiere a los simposios y las formas de organización social de las mujeres, ya se vislumbran los primeros esbozos de Las bostonianas. Con una traducción impecable de Ernesto Schoo, El punto de vista, publicada por primera vez en castellano, permite apreciar una rara avis en la producción de Henry James, casi un experimento no deliberado: como si una de sus novelas habituales, bajo un aluvión de nuevas impresiones, demasiado cerca del imán imperioso del país recién recobrado, hubiera cedido hasta transformarse en un género diferente y los personajes, apretados en un puño durante el viaje transatlántico, se alejaran cada vez más unos de otros en la diáspora de cartas, sin posibilidad de volver a reunirse, en un territorio demasiado extendido donde todo sucede a otra escala. Pero también, y a la vez, El punto de vista puede verse como una ampliación de su cuaderno de notas: el laboratorio febril y cruzado de contradicciones de su reencuentro con la “áspera belleza americana” en que se empieza a gestar la próxima fase de su obra de novelista.
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