Sobre el robo de libros

Publicado en Crítica con el título Chicos de Palermo, 2008.

   Sobre la cuestión del robo de libros, como sobre tantas otras, creo que conviene atenerse al viejo principio del “análisis concreto de la situación concreta”. Si una persona muerta de hambre entra a un restaurante, pide el plato más barato, sólo toma agua, y a continuación muestra los bolsillos vacíos, aún la quisquillosa legislación capitalista no lo considera delito.
   Me dicen que entre los autores que reconocieron –y quizá se enorgullecieron- de haber robado libros con cierta regularidad figura Roberto Bolaño. Se sabe, y es parte de su mito personal, que Bolaño pasó en su vida períodos de extrema pobreza. En la ola de romanticismo barato y de benevolencia automática alrededor de su nombre, podemos suponer que los libros eran su principal alimento, que no tenía en Lloret de Mar bibliotecas cercanas, y que recurrió al robo in extremis. 
   Ahora bien, el perfil de ladrón de libros que suele rondar en las librerías argentinas, corresponde más bien al chico de clase media con zapatillas Nike auténticas que pagará luego sin chistar pequeñas fortunas para dejarse ver con su libro recién robado en los bares y restaurantes de Palermo. Desde que existen las librerías con café, donde uno puede leer durante el tiempo que quiera cualquier libro y luego simplemente dejarlo en su lugar, el robo de libros se parece más al robo de una bicicleta en Amsterdam: un gesto estúpido y dañino que cualquier lector de clase media en Argentina tiene mil modos (sólo cumplir años!) de ahorrarse.

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