El mundo, el texto y el crítico / Said


El mundo, el texto y el crítico
Edward W. Said
Debate, 431 páginas, 2004.
Publicada en La Nación, 2004.

   La crítica literaria, hasta ahora, observa Edward Said en la introducción a esta indagación extraordinaria que es El mundo, el texto y el crítico, se ha practicado bajo cuatro formas fundamentales: la crítica práctica de las reseñas de libros; la historia académica de la literatura; la apreciación e interpretación literaria, tal como la enseñan los profesores en las universidades, y finalmente, como materia relativamente nueva del siglo XX, la teoría literaria, a partir de nombres como Saussure, Walter Benjamin o el joven Georg Lukács. El pensador palestino se propondrá en los doce ensayos que conforman este libro, aparecido aquí poco después de su muerte, ir más allá de esas cuatro formas y esta ambición, inspirada en el esfuerzo solitario de Erich Auerbach, domina la minuciosa excavación filosófica de cada texto.

   Said afirma que la teoría literaria estadounidense e incluso la europea se rigen en la actualidad por el principio de “no interferencia”: no apropiarse de nada que sea mundano, circunstancial, o esté socialmente contaminado. La “textualidad” es el objeto desinfectado y místico de la teoría literaria, la antítesis exacta de lo que podría llamarse la historia. La práctica académica ha aislado en gran medida la textualidad de las circunstancias y los acontecimientos que la hicieron posible y que la vuelven inteligible como resultado de la elaboración humana. Pero los textos, afirma Said, son  también mundanos, son acontecimientos, parte del mundo social, y de los momentos históricos en que se sitúan y se interpretan. Todos los ensayos del libro defienden la relación que existe entre los textos y las realidades existenciales, la política, y las sociedades que les dan –o no- cabida.
   Said analiza las razones de la  tensión eterna entre ambos términos: por un lado la mayoría de los críticos admite que todo texto literario se encuentra de algún modo lastrado por la ocasión en que se produjo, por las simples realidades empíricas de las que emergió.  Pero si se lleva demasiado lejos, esta idea obtiene la justificada crítica de un estilista como Michael Riffater, quien en El texto autosuficiente califica cualquier reducción que hagamos de un texto a sus circunstancias como de falacia biográfica, psicológica,  analógica. Así los críticos quisieran asegurarse de que el texto no desaparece, no se escamotea, en estos deslizamientos a otras disciplinas. Pero a la vez, hechas las expurgaciones, percibe Said,  uno no queda del todo satisfecho con la idea de que el texto sea autosuficiente. Se pregunta entonces: ¿La alternativa a las diversas falacias es sólo un cosmos textual hermético, cuya dimensión de significado es enteramente interior o intelectual? ¿No hay acaso algún modo de abordar un texto y sus circunstancias mundanas “limpiamente”?
   Said toma inspiración en sus procedimientos de un debate en el siglo XI en torno a la interpretación del Corán entre gramáticos árabes de la escuela zahirita versus la escuela batinita,  cuyas polémicas anticiparon las de los gramáticos del siglo XX.
   Los batinitas sostenían que el significado del lenguaje está oculto en las palabras: el significado sería únicamente accesible como consecuencia de una exégesis que tiende hacia el interior. Los zahiritas sostenían en cambio que las palabras sólo tenían un significado superficial, anclado a un uso concreto, a una circunstancia, a una situación histórica y religiosa.  En sus excesos, los batinitas imaginaban profundidades e interpretaciones ocultas tras las palabras, accesibles sólo para los iniciados; pero en estas resignificaciones, observa Said, todo se vuelve permisible mediante la interpretación. El empeño zahirita consistía en restaurar un sistema racional de lectura de un texto, en que la atención se centrara sobre las palabras fenoménicas en sí y sobre lo que se podría considerar su sentido definitivo expresado para y durante una ocasión concreta, un sistema de lectura que estableciera un control más estrecho sobre el lector y sus circunstancias. El Corán habla de acontecimientos históricos, pero no es en sí mismo un libro histórico: evoca la memoria de acciones cuyo contenido se repite como advertencias, órdenes, imperativos, castigos o recompensas. La posición zahirita adopta una concepción del Corán que es absolutamente circunstancial, sin, al mismo tiempo, hacer que la mundaneidad presida el verdadero sentido del texto: esto evita el determinismo vulgar en su posición. 
   La teoría crítica reciente, afirma Said, se parece a la posición batinita en que ha realizado un énfasis indebido en la falta de límites de la interpretación. Se argumenta que como toda lectura es malinterpretación, ninguna lectura es mejor que otra. Pero Said afirma que los textos se contextualizan a si mismos y son ellos mismos a través de la demanda de la atención del mundo. Más aún, su modo de hacerlo consiste en plantear restricciones de lo que se puede hacer con ellos desde el punto de vista interpretativo. Los lazos múltiples y sutiles de los textos con el mundo y lo que Said llama un “ascetismo de la imaginación” se convierten así en el desvelo principal del libro.
   Lo dicho hasta aquí sólo indica, de una manera infinitesimal, la dimensión vastísima de sus análisis, que comprende a autores difíciles de clasificar como Jonathan Swift, a quien dedica dos ensayos, Oscar Wilde, Joseph Conrad, James Joyce y que incluye un recorrido minucioso, en realidad un ejercicio de esgrima, por toda la historia de la crítica contemporánea, desde Vico y Marx hasta Foucault, Ricoeur, Benjamin, Derrida, y otro centenar de nombres.
   El mundo, el texto y el crítico no es, comprensiblemente, por la dificultad intrínseca de sus temas, un libro de fácil lectura, pero sí un verdadero acontecimiento cultural y reclama su atención del mundo con el llamado todavía poderoso de la inteligencia y la originalidad.

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