La guerra contra el cliché (escritos sobre literatura)
Martin Amis
Martin Amis
Anagrama, 510 páginas, 2004.
Publicada en La Nación, 2004.
Publicada en La Nación, 2004.
El escritor británico Martin Amis empezó a ocuparse de la crítica literaria, o más bien, de la crítica de la crítica literaria, a principios de los años setenta, y La guerra contra el cliché reúne buena parte de sus escritos sobre literatura durante un período que abarca casi treinta años. Digamos antes que nada que estamos ante un libro extraordinario. Ya desde la introducción Amis consigue, con ese raro privilegio de quién estuvo allí y ha visto todo, resumir en pocos trazos fundamentales los dilemas principales que enfrentó la crítica contemporánea: desde cierta edad dorada, o al menos entusiasta –la Era de la Crítica- iniciada en 1948 con la publicación de Notas para una definición de la cultura, de Eliot y La gran tradición, de Leavis, hasta el desmoronamiento, cuando lo que Amis llama “las fuerzas de la democratización” arremetieron contra ella. Explícitamente o no, explica Amis, “la crítica se había basado en una estructura de niveles y jerarquías; tenía que ver con la élite del talento”. Y el talento, a diferencia de la riqueza o la fama, recuerda Amis con serena incorrección política, no es algo que pueda adquirir cualquiera con la suerte o el empeño suficiente. “Por lo tanto, las fuerzas de la democratización se propusieron negarlo”. Así, el movimiento principal de la crítica actual, confinada casi por entero a las universidades, es ir contra el canon: “La notoriedad académica no se consigue con un estudio respetuoso de la poesía de Wordsworth; sólo llegará tras un provocativo trabajo acerca de su ideología... y llegará más pronto si se ignora a Wordsworth y se ensalza a cualquiera de sus (justamente) olvidados contemporáneos, un proceso mediante el cual el canon puede ser callada y tenazmente minado.”
El nuevo credo, el nuevo privilegio, es que todos los escritores son equiparables, si se los “rescata” suficientemente, y que todas las opiniones en literatura, por ser opiniones, son igualmente válidas. Amis asegura que no deplora este presente y recuerda que hacia atrás, en los setenta, también ellos eran con frecuencia ridículos. A largo plazo, no obstante, sentencia, la literatura resistirá la nivelación y volverá a la jerarquía. “Esta no es la decisión de un esnob de las bellas letras. Es la decisión del Juez Tiempo, que constantemente separa a quienes permanecen de quienes se hunden en el olvido.”
Pero si esta profecía suena consoladora, bien mirada parece un recurso in extremis de impotencia que cada época delega a la siguiente, porque por supuesto los juicios del tiempo también pueden ser injustos, tornadizos, parciales. Más aún, el valor de “permanencia” es sólo uno de los atributos posibles de una obra literaria y cada época resucita a unos y entierra a otros con el mismo movimiento de pala.
¿Pero son verdaderamente éstas las únicas dos opciones para la crítica: la nivelación de todas las opiniones o el abandono al juicio del tiempo? La guerra contra el cliché es en sí mismo una respuesta y muestra hasta qué punto la mirada de un escritor, cuando tiene la suficiente potencia intelectual, puede traer algo nuevo. Amis tiene en claro que uno de los problemas crónicos de buena parte de la crítica literaria es que tiende a eludir la obra en sí y escabullirse siempre hacia algo que está “fuera” de la literatura: la sociología, la filosofía, la semiótica, la biografía, la escena histórica, la búsqueda de marcas generacionales. Esto ocurre porque la crítica literaria es esencialmente argumentativa, y requiere una devanación de razones que puedan ser compartidas, o establecidas con ciertos visos de objetividad, más allá, justamente, de la opinión puramente personal. Por eso mismo, en oposición, Amis elige un método que se aproxima más a la erótica para el arte que Susan Sontag había reclamado en su ensayo “Contra la interpretación”: se concentra y sumerge en la sucesión de obras de cada autor y establece una lucha cuerpo a cuerpo, casi siempre feroz, con cada texto. Lo que busca, sobre todo, es separar lo que es maleza, retórica de época, cliché personal de cada autor, de lo que debe ser rescatado como originalidad, genio, grandeza. En la sección “Algo de prosa inglesa” se ocupa entre otros de J. G. Ballard y Anthony Burgess. En la sección “Del canon” revisita a Coleridge, Milton, Dickens, Donne, Waugh y Malcolm Lowry. En “Algo de prosa estadounidense” se refiere a Norman Mailer, Gore Vidal, Philip Roth, William Burroughs, Kurt Vonnegut, Truman Capote, Don DeLillo y Saul Bellow. Como una curiosidad de la compilación John Updike se trata en una sección aparte. El único escritor al que Amis parece rendirse por completo es Nabokov, a quien dedica toda otra sección. Los demás pueden salir más o menos magullados y a veces destrozados. La crítica de uno de los libros de Norman Mailer empieza así: “El nuevo libro de Norman Mailer muestra todas las señales de que su autor debe pasarle cada año medio millón de dólares en concepto de pensión alimenticia a su ex mujer.” En la introducción se disculpa retrospectivamente: “Disfrutar insultando es una perversión juvenil del ansia de poder. También me doy cuenta de cuán duro fui con escritores que, creía (erróneamente), estaban tratando de influir en mí: Roth, Mailer, Ballard”.
Además de los artículos estrictamente literarios, hay muchos otros sobre los temas más variados. En particular, “Demasiado he hollado el charco de sangre”, una revisión excelente sobre el desarrollo de la violencia en el cine y “Locos por el fútbol”, una reseña sobre el libro Entre los vándalos, de Bill Buford, en el que se mira “desde adentro” el fenómeno de los hooligans y el tema perfectamente misterioso de por qué hay personas que disfrutan pegándoles a otras. En la sección “Obsesiones” hay algunos artículos notables sobre el juego de ajedrez.
Más allá de maldades juveniles y algunas mezquindades el modo de leer de Amis recupera para la crítica el lugar del oráculo: no en su acepción más clásica, como el que avizora los libros que habrán de importarnos también en el futuro, sino en el sentido que se le otorga en las ciencias exactas: la persona que por su agudeza de análisis y por la vastedad de sus conocimientos, ha desarrollado un olfato especial y es capaz de intuir y orientar en la dirección más propicia de búsqueda y discernir niveles de profundidad.
Un libro vasto e imprescindible, agudo, divertido, sarcástico, siempre inteligente. Una verdadera fiesta intelectual.
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