Publicado en Clarín, 1999.
Leo sobre magos y ocultismo, para una próxima novela. Mi preferido, por ahora, es Aleister Crowley, "el hombre más depravado del mundo", de acuerdo con sus contemporáneos, y según él mismo la Bestia 666. Extraña destilación de Swinburne y Nietzsche, hijo de un acaudalado fabricante de cerveza y de una madre beata, Crowley dedicó toda su vida, hiperactivamente, a llevar a la práctica el postulado central de su Libro de la Ley: "Haz tu deseo". Fue un farsante magistral, y Somerset Maugham, que lo retrata con tonos siniestros en su novela El Mago, recuerda en el prefacio su encuentro con él, en 1902, y acierta quizá en lo peculiar de su genio: "Era un impostor, pero no del todo. En Cambrige había sido campeón de ajedrez y se lo consideraba el mejor jugador de whist de la época. Era un mentiroso y un fanfarrón insoportable, pero lo más curioso era que realmente había hecho alguna de las cosas de las que se jactaba."
Crowley, que se había burlado de Maugham en ese encuentro y lo juzgaba totalmente incapaz de convertirse en escritor, leyó divertido esta novela (que en más de un sentido es antecesora de Servidumbre Humana) y escribió una crítica demoledora en una revista literaria. El tiempo pasó: Crowley dilapidó su fortuna y Maugham hizo la suya. El fin de la intersección entre ambos fue un telegrama que Crowley envió en uno de sus frecuentes descensos a la miseria, dando todo por olvidado: "Envíeme por favor de inmediato veinticinco libras. La madre de Dios y yo estamos por morir de hambre."
La madre de Dios no era, por supuesto, sino una de sus tantas esposas, que oficiaban como sacerdotisas en su templo. Según sus biógrafos, la mayor contribución de Crowley a la magia habría sido la de reemplazar la abstinencia sexual de los ritos tradicionales por su exacto opuesto. Los desenfrenos (que no iban más allá de algunos tríos y de la predilección de Crowley por consumar las uniones por el "innombrable receptáculo") le valieron el juicio escandaloso en Londres que tanto había esperado. Un juicio que fue su fama y su ruina.
Su Autohagiografía, de 940 páginas, sólo comparable a las Memorias de Casanova, empieza con una mención a su nacimiento en Warwickshire y en una nota al pie observa: "Coincidencia notable que tan pequeño condado le haya dado a Inglaterra sus dos poetas más grandes -porque sería injusto olvidar a Shakespeare (1550-1616)."
Crowley murió en 1947; una fotografía suya puede verse en el album de La banda del Sargento Pepper, del lado "Gente que amamos".
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