La hija de Galileo / Sobel

LA HIJA DE GALILEO

La hija de Galileo
Dava Sobel
Editorial Debate, 376 páginas, 2000.
Publicada en La Nación, 2000.

  La hija de Galileo podría hacer temer, por su título, otro de esos libros de una moda que a esta altura hace sonreír, en que una autora mujer nos revela el papel heroico, crucial, siempre insospechado, que ha tenido otra mujer, hasta entonces desconocida, en algún suceso clave de la historia. En vez de eso estamos ante un texto realmente original, por momentos fascinante: el relato de gran parte de la vida del padre de la ciencia moderna, con la dimensión asombrosa de sus descubrimientos científicos y los avatares terribles  -y a veces tragicómicos- de las persecuciones que debió enfrentar, entrelazado en un contrapunto conmovedor a otra vida, que late mínimamente entre las paredes de un convento, y a la que Dava Sobel logra rescatar con la devoción con que un restaurador de arte devuelve los colores a una pintura polvorienta que presiente bella.
   La hija de Galileo nació en 1600, el mismo año en que Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por sostener, entre otras blasfemias, que la Tierra gira alrededor del Sol. Se llamaba Virginia y era una de las dos hijas del científico nacidas de una larga relación ilegítima con una mujer veneciana; como Galilelo nunca formalizó esta relación, condenó a sus dos hijas a que jamás pudieran casarse y sólo quedó para ellas el camino del convento. Virginia ingresó a los trece años, tomó el nombre de sor María Celeste y pasó el resto de sus días enclaustrada, en una vida de pobreza y retiro espiritual; su hermana menor no resistió el encierro y pronto enloqueció. 
   Dava Sobel logra reconstruir la vida de sor María Celeste a partir de más de un centenar de cartas que ella le dirigió a su padre en distintos momentos de su vida y la intercalación de esta voz afectuosa y preocupada consigue que el sabio y a su hija revivan en detalles que amaría cualquier novelista, como las recomendaciones para evitar la peste negra, los infinitos rodeos retóricos para pedirle al padre un dinero que le permita cambiar de celda, o el momento, antes de los veinticinco años, en que a falta de dentista, la valerosa hermana debe empezar a arrancarse las muelas por sí misma.
   Pero también es apasionante el seguimiento de la vida intelectual de Galileo y las hondas ramificaciones políticas y filosóficas a que dan lugar sus descubrimientos. Sobel señala muy bien que la teoría de Copérnico, en tanto teoría, no llegaba a irritar mayormente y se la consideraba ya casi una curiosidad en el momento en que Galileo perfecciona el telescopio de los holandeses para mirar el cielo. El quiebre y la persecución empiezan cuando Galileo descubre en su exploración evidencia experimental que avala la tesis de Copérnico y pone en jaque el sistema ptolomeico.  A partir de ese momento el ejercicio de censuras, autocensuras e imposibles equilibrios domina el largo perído de escritura del Diálogo de dos mundos y desemboca finalmente, una vez publicado el libro, en el conocido proceso inquisitorial. Galileo, a quién se ve en este libro como un científico que sabía procurarse el favor de la nobleza y el clero (basta leer las rimbombantes dedicatorias de sus libros), es al mismo tiempo un buen católico, obediente y aún sumiso a la autoridad eclesiástica. Paradójicamente el papa Urbano VIII, en nombre de quién se lleva adelante el proceso, había sido amigo personal y admirador de él.  Esto acentúa los rasgos de su tragedia personal: cuando le presentan el primer texto de la retractación, y aún en peligro inminente de ser torturado, acepta que la tierra es el centro del universo pero se niega a firmar el párrafo en que se pone en duda su buena fe católica y consigue que se lo elimine en la abjuración final. Además del período de reclusión de tres años se le prohibe, por el resto de su vida, publicar nuevos trabajos o reeditar los anteriores y debe trabajar a partir de entonces en silencio. Su hija muere a los veintisiete años, antes que él. El libro termina con el momento en que se recupera el féretro de Galileo de su tumba para trasladarlo en  homenaje a un sarcófago de mármol y aparecen sorpresivamente dos cajas de madera y no una, casi idénticas y sin ninguna inscripción. Hay un momento de zozobra, pero al comparar los esqueletos descubren que uno pertenece a un hombre viejo y el otro a una mujer mucho más joven que, posiblemente, nadie sabía quién era. El padre y la hija siguen enterrados juntos.
    Con traducción excelente de Ricardo García. El libro incluye también cartas de Galileo a otros contemporáneos, una cronología histórico-científica de su época, facsímiles de las dedicatorias de sus libros, partes del interrogatorio del célebre juicio y el texto completo de su retractación.

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