Fuera de este mundo
Graham Swift
Anagrama, Panorama de narrativas, 206 páginas, 2000.
Publicada en La Nación con el título "Decepcionante", 2000.
Graham Swift
Anagrama, Panorama de narrativas, 206 páginas, 2000.
Publicada en La Nación con el título "Decepcionante", 2000.
Fuera de este mundo, de Graham Swift, se propone un proyecto en principio interesante: el de hacer un recuento generacional a varias voces, y a través de una historia familiar, de buena parte de los vaivenes del siglo XX, siguiendo como guía, sobre todo, las instancias bélicas (inclusive la última, que se desenvuelve discretamente a la par del relato: el envío a Malvinas de la armada inglesa).
Las tres figuras que sobresalen en el grupo de familia son el anciano Robert Beech, héroe de la 1ra. Guerra, que ha fundado la fortuna de todos con una actividad que desarrolla, según sus palabras, “por amor a la Patria”: la de fabricar y vender armas; su hijo Harry, un famoso reportero gráfico, que es el testigo de los horrores que se repiten de guerra en guerra, allí donde estas armas son usadas, y finalmente Sophie, hija de Harry, que vive en los Estados Unidos y se sintió siempre más subyugada por el dinero y los modales de caballero de su abuelo que por la vida de trotamundos de su padre, de quien hace años está distanciada. La módica línea de suspenso del relato es saber si Sophie asistirá o no a la nueva boda de Harry, para que padre e hija puedan por fin “conversar”.
Pero la novela pierde muy pronto todo interés: en primer lugar el recurso elegido para contar la historia –la intercalación de los monólogos y recuerdos de Harry y Sophie- es muy estático y los entretelones que se van develando fragmentariamente no contribuyen a despertar mucha curiosidad, ni adquieren nunca un sentido definido, o al menos alguna intensidad. Pero también los propios personajes son decepcionantes. Sophie es una niña rica y mimada, el prototipo de una criatura vana: ya casada y para probar el “peligro” en los Estados Unidos, se arroja típicamente a los brazos de un plomero y luego a otros varios brazos, incluyendo los de su psicoanalista (una relación totalmente inverosímil y sin el menor peso ni significado en la novela). El propio Swift parece darse cuenta en algún momento de la superficialidad excesiva de su personaje y trata de contrarrestarla, algo ingenuamente, con una incursión a paso forzado en los clásicos griegos. Harry sale algo mejor librado en su papel de hijo que intenta una vida al margen de su padre, pero lo mejor del libro, ciertas observaciones sobre la mirada y el arte fotográfico, están escondidas bajo demasiados lugares comunes.
Fuera de lo literario, se deslizan aquí y allá opiniones bastante sorprendentes. En un par de ocasiones se excusa a Mr. Beech, porque “alguien tiene que fabricar las bombas. A lo mejor resulta que nos son necesarias para defender las cosas que amamos”. Se discute también con absoluta seriedad la cuestión importantísima de si a los niñitos Beech, hijos de Sophie, debería permitírseles o no tener revólveres de juguete. También, un personaje griego describe a su pueblo como holgazanes al sol a quienes les vendría muy bien la influencia civilizadora de los ingleses. Más preocupante quizá, es que en el afán de no cargar las tintas sobre el anciano patriarca de las armas, el libro deja la sensación de que fabricar y vender misiles es una ocupación casi como cualquier otra, siempre y cuando uno sea un impecable caballero inglés.
Graham Swift es considerado desde El país de agua y su más reciente Ultimos tragos (premio Booker) uno de los escritores importantes de la nueva literatura inglesa, a la par de Barnes, Amis, Ishiguro y McEwan. Fuera de este mundo, sin embargo, parece estar también fuera de lo mejor de su literatura.
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