La fiesta del chivo / Vargas Llosa

EL ESCRITOR EN SU LABERINTO

La fiesta del chivo
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 518 páginas, 2000.
Publicada en La Nación, 2000.

   Del mismo modo que la literatura anglosajona ha dado el género de la novela policial clásica y que Hollywood difundió el género del western, la literatura latinoamericana ha perfeccionado lo que a esta altura puede considerarse un género propio, y que podría llamarse –o ya se  llama-  la novela “de dictador”. Desde Miguel Angel Asturias, con El señor presidente, nombres tan notorios como los de García Márquez, Roa Bastos, Alejo Carpentier, Mario Benedetti y el mismo Mario Vargas Llosa parecían haber dicho ya cuanto puede decirse sobre generalísimos y supremos que no eran precisamente ficción  hasta no hace mucho en Latinoamérica.
   Pero la astucia del género –y así, sin rebeliones, lo asume aquí Vargas Llosa- está justamente en la repetición. El género captura ese elemento rutinario dentro de nosotros que de niños nos hace elegir el mismo cuento de ogros y de adultos casi la misma película de suspenso y parece decir, con su salud imperturbable, que aún en el momento de imaginar, aún en ese terreno supuestamente libre y poco riesgoso, lo conocido puede preferirse a lo ignorado, y lo previsible a lo original.
   ¿Cuál es en todo caso el magnetismo propio de las novelas de dictador, qué es lo que decide a un escritor que puede hacerlo todo, como Vargas Llosa, para que en la plenitud de su madurez literaria elija levantar otra vez, laboriosamente, la escena de un pequeño país latinoamericano, en este caso República Dominicana y retratar otra vez a un gobernante todopoderoso, “a quien nadie se atreve a sostener la mirada”, en este caso el general Trujillo?
   La Fiesta del Chivo, en sus quinientas páginas, da parcialmente la respuesta. En primer lugar la figura omnipotente del dictador obra como un poderoso elemento dramático, que orienta a su alrededor con una claridad de causa y efecto las acciones y reacciones de todos los demás personajes. En este sentido las novelas de dictador guardan algo de la mecánica de los dramas sobre el poder de Shakespeare, si bien  La Fiesta del Chivo podría hacer recordar aún más atrás a las tragedias griegas de la época de Esquilo, en que los personajes declamaban lo que de algún modo ya les había ocurrido, sin trabar relación entre ellos. Así, Urania Cabral, el personaje central, va revelando de a poco su secreto personal guardado durante décadas en largos monólogos dirigidos a su padre ya mudo y a un resto de su familia por el que nunca sintió interés. También Trujillo orbita en soledad y lo que Vargas Llosa describe es más bien la crónica de sus introspecciones. 
   Entre estos dos polos principales y con la misma técnica de sus primeras novelas, Vargas Llosa intercala varias  historias laterales y el relato minucioso del atentado contra Trujillo y  recrea -con todo el peso que supone el término- algunos de los personajes fascinantes a la sombra del poder: el jefe de inteligencia, Jonnny Abbes, el hijo mayor del general, o el todavía vivo presidente Balaguer. También levanta con precisión balzaciana y verosimilitud toda la escena política, social y aún cultural del año 1961, (a veces con alguna exageración de detallismo, como cuando ocupa toda una página en listar las empresas que pertenecían al Benefactor). Desde el punto de vista literario, la voz personal de Vargas Llosa se pierde por momentos en las restricciones y convenciones del género y sólo asoma en toda su maestría en el tramo final en que  cuenta paso a paso la consumación de un   trueque que no por anunciado deja de ser escalofriante.  El afán de narrarlo todo le juega en cambio una mala pasada en el relato de la persecución que sufren los participantes del atentado.  No sólo por la crueldad exacerbada pero aún así rutinaria de las interminables sesiones de tortura  sino porque estos martirios extremos, llevados al primer plano, debilitan por comparación la tragedia literariamente más importante de la novela: el trauma personal de Ucrania.  
   Más allá de todo, La Fiesta del Chivo consigue esa difícil subyugación de la lectura, quizá porque no deja de ser en ningún momento la combinación imbatible de un cuento de ogros sofisticado,  una buena película de suspenso y una historia real.

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