Entrevista de Gabriel Ruiz Ortega para diario Siglo XXI, España.
“En la literatura deben buscarse conexiones más ligeras, sugestivas e “imprevisibles” que los conectivos lógicos”
Eres doctor en Matemáticas y también escritor. ¿Cómo fusionas estas áreas, en apariencia, muy distintas entre sí?, ¿qué llegó primero a tu vida: la literatura o los números?
Si bien es cierto que llegué a doctorarme en matemática, la literatura estuvo desde mucho antes en mi vida, desde la infancia. Mi primer libro de cuentos lo terminé antes de los 19 años, cuando todavía ni siquiera se me había cruzado la posibilidad de estudiar matemática (y me hubiera extrañado muchísimo si alguien me mostrara ese futuro). Casi podría decir que la matemática fue un accidente, o un desvío que proseguí durante muchos años.
En general concibo mis novelas como si fueran cuentos, esto fue también así en el caso de Acerca de Roderer, que es un texto a mitad de camino entre el cuento y la novela. Creo que hay en estas formas breves algo del rigor y el laconismo que suele asociarse al pensamiento matemático. Pero no diría de ningún modo que hago alguna suerte de “matemática aplicada”. La matemática me ha dado en todo caso el conocimiento de algunos ámbitos, algunos personajes, algunos temas, de la misma manera supongo, que la actividad de la pesca pudo haber influido en la literatura de Hemingway.
Lo que sí he percibido, y escribí algunos artículos respecto a esto, es que hay una analogía bastante estrecha entre el modo de concebir la solución de un problema en matemática y su posterior codificación por escrito en ese texto que se llama demostración y la manera de imaginar en literatura y su posterior codificación por escrito en esos textos que llamamos cuentos o novelas. En cuanto a predilecciones estéticas, soy como lector bastante más amplio y admiro también muchísimo a otros autores “abigarrados” o digresivos, como Svebo, Proust, o el que es mi preferido de todos los tiempos, Henry James, que participa a la vez de los dos mundos.
Hay casos de escritores de formación multidisciplinaria, cada uno de ellos tiene su propia manera de conjugar, en algún momento de la escritura, dichas fuentes intelectuales. ¿ Tus textos tienen alguna fórmula matemática por el que te mueves a la hora de estar embarcado en algún cuento o novela?
Lo único parecido a una fórmula es el recuerdo de unas calificaciones que nos daba mi padre (él mismo un escritor muy prolífico) a mis hermanos y a mí en concursos literarios de entrecasa. Nos calificaba según Originalidad, Imaginación, Redacción… Para mí todavía estas tres cualidades son requisitos que busco en mis obras, con la sustitución un poco más pedante, pero equivalente en el fondo de “redacción” por “escritura”. Y quizá el rastro matemático tiene que ver con la búsqueda de cierta transparencia o claridad o “necesidad” en esa escritura.
Sabemos que tu primer libro de cuentos, La jungla sin bestias, lo escribiste entre los catorces y diecinueve años. Axiomáticamente, vemos una precocidad por el mismo acto de escritura. Con dicho libro ganaste el premio Roberto Arlt en la categoría juvenil. Como persona, ¿qué cosas llegaste a sacrificar, vitalmente hablando, en pos del acto de escribir?
No puedo decir que haya sacrificado nada “en pos de escribir” será por eso que mi obra es todavía bastante escasa. Hice muchísimas otras cosas en mi vida, desde la política al tenis y otros deportes. Aunque es verdad que escribo desde muy chico y que con sus intermitencias nunca dejé de hacerlo, le dedico muy poco tiempo diario. En este momento he logrado disciplinarme durante unas tres horas diarias, y es lo máximo que puedo lograr de concentración. En todo caso invertí muchísimo más tiempo en mis actividades matemáticas, porque hay algo también del pensamiento matemático (emparentado al juego de ajedrez) que permite recorrer árboles de ramificaciones de distintas alternativas. El pensamiento en matemática está más “sostenido” en la estructura lógica. En la literatura deben buscarse conexiones más ligeras, sugestivas e “imprevisibles” que los conectivos lógicos. Por eso digo a veces que la literatura es más bien un acto de vigilia, a la espera de que aparezcan estas conexiones.
En tu novela, Acerca de Roderer, vemos influencias que recogen mucho del mito de Fausto, en relación a la búsqueda del conocimiento a como de lugar. Sumándose también la novela de formación. ¿Qué escritores son los referentes indiscutibles en lo que vienes escribiendo hasta la fecha?
Borges, Henry James, Thomas Mann, Truman Capote y en realidad muchísimos otros porque la escritura es un precipitado de la lectura.
Tanto en Acerca de Roderer y Crímenes imperceptibles (ganadora Premio Planeta 2003) está presente el Teorema de Godel. ¿ Qué es lo fascinante que encuentras en este teorema como para que indiscutiblemente estén en dos novelas tuyas?
Recuerdo que mientras escribía Acerca de Roderer yo estaba muy orgulloso de la variante que se me había ocurrido a través del teorema de Gödel, como arma del Diablo para limitar y “desordenar” el conocimiento humano. El teorema de Gödel puede verse como un límite a la pretensión formalista de corroborar la verdad matemática a partir de axiomas bien delimitados y pasos lógicos milimétricos que puedan ser verificados de manera mecánica por una computadora. El teorema de Gödel dio por tierra con este formalismo estricto de tipo “finitista” y en ese sentido parece una burla del diablo para introducir un elemento de tiniebla en los razonamientos matemáticos. En Crímenes imperceptibles el teorema juega de otra manera, para dar pie a distintas analogías y diferencias entre el pensamiento lógico y la criminología. En cualquier caso el teorema de Gödel se ha convertido en un fetiche de la posmodernidad y en cliché de analogías burdas y erróneas: me interesaba tratar de recuperarlo literariamente con un poco más de rigor y seriedad.
En Borges y la matemática reuniste ensayos en torno a la figura de, quien para mí, es el más grande escritor en lengua castellana en el siglo XX. ¿Qué es lo que te llevó a hurgar en su obra?, ¿cuán vivo sigue siendo su legado?
En Borges y la matemática reuniste ensayos en torno a la figura de, quien para mí, es el más grande escritor en lengua castellana en el siglo XX. ¿Qué es lo que te llevó a hurgar en su obra?, ¿cuán vivo sigue siendo su legado?
Uno de mis primeros cuentos durante la adolescencia se llamaba Peón cuatro rey y era una copia admirativa de algunos de los clichés borgeanos. Como dije alguna vez, creo que tanto Borges como Cortázar están de distintos modos en los genes de los escritores argentinos contemporáneos, más allá de rechazos y apropiaciones teóricas. Pero yo no lo siento de ningún modo como un peso, o como una sombra de la que es preciso desembarazarse. Creo que Borges le da un piso de profundidad a la literatura argentina, un requisito de exigencia. Fue además un gran maestro y guía de lecturas.
En cuanto a la relación con la matemática, yo escribí todo un libro al respecto, que es difícil resumir en una respuesta. Más allá de los rastros de ideas matemáticas que dieron origen a algunas de sus ficciones (notablemente La biblioteca de Babel, El libro de arena, El disco, La lotería de Babilonia, La muerte y la brújula, Del rigor en la ciencia, etcétera), yo señalo algunos procedimientos narrativos similares a los del matemático que se propone estudiar un conjunto de ejemplos. En muchas de las ficciones borgeanas se comienza con un acopio de versiones y ejemplos en distintas literaturas de una misma idea, como si Borges quisiera capturar una forma esencial detrás de estas variantes. A continuación, como destilación, o como otro avatar, para usar una de sus palabras, Borges suministra su propia ficción, su ejemplo crítico, que lleva en sí a la vez lo particular y lo general. En esta relación de tipo platonista y cuasi matemática entre lo genérico y lo concreto está toda la tensión de la narrativa borgeana.
Hablemos de Crímenes imperceptibles, esta novela-enigma. ¿Cómo concebiste esta historia?
Concebí gran parte de Crímenes imperceptibles en el avión que me traía de regreso a la Argentina en 1995, después de dos años de residencia con una beca en Inglaterra, cuando ya las islas empezaban a entrar en esa otra bruma que es la memoria y que es lo perdido. Como siempre, se me ocurrió primero el final, que sería poco recomendable que revelara aquí. Sabía que mi detective sería un lógico eminente, Arthur Seldom, que ya había aparecido fugazmente en mi primera novela Acerca de Roderer. Sabía que el otro protagonista, un estudiante argentino -mucho más joven de lo que yo era entonces- también se correspondería parcialmente “sin pérdida de continuidad” con el narrador sin nombre de esa novela. Quería que la forma de analizar los hechos estuviera penetrada por la práctica matemática y que el “modo de ver” representara algo nuevo con respecto a esa otra serie cuyos términos más obvios son Dupin, Holmes, Poirot. En algún momento, dentro de la novela, se sostiene que cuando el criminal es verdaderamente inteligente, lo importante no es la investigación que pueda hacerse de los hechos hacia atrás –se le concede al asesino que habrá preparado suficientemente el crimen para no dejar cabos sueltos- sino las trampas sucesivas que deben tenderse hacia adelante, el análisis de la vida posterior, “en lo sucesivo”, de quien ha cometido un crimen. Esto tiene algún paralelo con los métodos de refutación en teorías lógicas y en paradigmas científicos.
Estuviste becado en Oxford. Como la realidad y la ficción se alimentan recíprocamente, ya sea en cuento o novela, me gustaría saber si llegaste a conocer a una persona tan paradigmática como el profesor Seldom, protagonista de la novela.
Estuviste becado en Oxford. Como la realidad y la ficción se alimentan recíprocamente, ya sea en cuento o novela, me gustaría saber si llegaste a conocer a una persona tan paradigmática como el profesor Seldom, protagonista de la novela.
Arthur Seldom está basado en cuanto a su apariencia física y su cordialidad en el gran lógico escocés Angus Macintire, que dirigía el seminario de Lógica mientras yo estuve allí, tal como aparece en la novela. Las teorías sobre la conexión entre la lógica y la física subatómica tienen que ver con ideas que desarrolló el matemático Gregory Chaitin
El profesor Seldon declara esta frase realmente de antología: “El crimen perfecto, escribe, no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. ¿Concibes de esta manera este thriller matemático que es Crímenes imperceptibles?
Esa frase es un anticipo de lo que va a suceder luego en la novela. El caso se cierra para los investigadores con un culpable equivocado. Los lectores conocen otra versión de los mismos hechos.
¿En qué proyecto narrativo estás trabajando en estos momentos?
En una novela donde hay crímenes, escritores y cierta presencia del Mal: la reunión inesperada de los mundos de mis tres novelas anteriores.
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