P. La literatura parece ser un vicio en ti, ¿cuándo lo adquiriste?
R. Mi padre era un escritor amateur, pero muy consecuente, y por sobre todo un lector extraordinario. Había libros de todo tipo en mi casa. Una vez ganó como premio literario una orden de compra de 250 libros... Hacía todas las semanas una visita a la biblioteca y traía libros para él y para nosotros. Además organizaba los domingos un pequeño concurso de cuentos para los cuatro hermanos. Nos calificaba en cinco items: imaginación, redacción, resolución, ortografía, creatividad. El premio era un chocolate y el honor de ser “pasado a máquina” en su vieja Olivetti.
P. Leí en Internet que habías estudiado una carrera “seria” porque te lo exigieron; sin embargo, más allá de recibirte, hiciste un doctorado y eres profesor. ¿Qué te enamoró de las matemáticas?
R. La clase de temas que interesaron a Borges y que interesarían, creo, a cualquier persona con alguna inquietud filosófica: la definición y las variedades de infinitos, las paradojas lógicas, la noción de límite, los lenguajes artificiales, la modelización del pensamiento lógico, las discusiones sobre los fundamentos de la matemática, el teorema de Gödel.
P. ¿De qué manera ha influido la matemática en tu manera de mirar el mundo?
R. Creo que me ha dado cierto entrenamiento en las operaciones de abstracción y en los alcances de los términos que uno utiliza. En lo estético, una preferencia por la concisión y por las formas simples pero profundas. También un escepticismo crítico para la detección de lo trivial (aun cuando aparezca bajo ropas sofisticadas) y una valoración de la originalidad que no está muy de moda en el posmodernismo.
P. ¿Y en tu manera de escribir?
R. Supongo que cierta transparencia y espero que alguno de los atributos que enumeré antes.
P. Uno podría imaginar que en la literatura escapas al rigor de las matemáticas, “dejas volar la imaginación”, como se dice, pero varios de tus libros están inspirados en ellas. ¿Por qué? ¿Es sólo porque escribir de lo cercano es más fácil?
R. La matemática es el terreno de la imaginación más difícil y extremo. La exasperación entre la búsqueda de la razón y los límites que le fijan los mundos ideales pero precisos es como el frotamiento de la varilla que da lugar al fuego. Los matemáticos también arden, sin duda, y muchas veces consumen toda su vida en la persecución de una hipótesis que no logran demostrar, como una ballena blanca, o como el pez colombres de Buzatti. Alguna de mis ficciones tocan temas cercanos a la matemática porque me parece un mundo no muy frecuentemente visitado y que yo, casi por accidente, conozco lo suficiente.
P. En “Crímenes imperceptibles” hay un teorema matemático que todos quieren comprobar. ¿Cuál es el que te obsesiona a ti y por qué?
R. Hay teorías matemáticas que pueden generarse a partir de unos pocos axiomas y otras teorías, como la aritmética elemental, en que esto no es posible. A mí me interesa detectar cuál es exactamente el ingrediente matemático que establece esta diferencia. Esto se relaciona profundamente con la posibilidad de codificar lenguajes con números, para poder pensar relaciones del lenguaje en términos de relaciones numéricas.
P. Se dice de tu último libro que es el “Código da Vinci” latinoamericano. ¿La comparación te gusta o te molesta?
R. Francamente, me molesta: El Código da Vinci, hasta donde soporté leerlo, me pareció bastante burdo y muy mal escrito.
P. ¿Cómo definirías a “Crímenes imperceptibles”?
R. Esta se la dejamos a los críticos.
P. Todo investigador criminal recurre a la lógica, pero también a la naturaleza humana, como decía Miss Marple, la heroína de St. Mary Mead de Agatha Christie. ¿Qué te guía más a ti?
R. La lógica es parte de la naturaleza humana. Toda persona en una actitud deliberada y planificada como puede ser una seducción, un engaño, un crimen, procede en medio de contradicciones, temores, pasiones, prejuicios. Nunca enteramente en línea recta. En general la novela policial moderna y contemporánea ha tratado de dar cuenta de esta lógica más sutil y compleja que corresponde a las motivaciones humanas. Para Agatha Christie la piedra de toque de casi todos sus crímenes era el interés material. La primera pregunta de Poirot era invariablemente: ¿quién es el beneficiado?. El investigador, en todo caso, debe ser capaz de pensar de acuerdo con la lógica del criminal.
P. Acerca de eso, si bien tu libro me gustó mucho me sorprendió el final porque sentí que los personajes –y sus emociones- no explicaban que cometieran esas acciones. Quizás suena enredado, pero me hizo falta un poco más de “sustrato sicológico”. ¿Lo evadiste a propósito para darle más énfasis a la acción?
R. Darle a los personajes un mayor espesor psicológico hubiera puesto fatalmente en peligro el segundo desenlace de mi novela. En esa decisión delicada preferí describir a los personajes con unos pocos rasgos y sugerir en detalles de la acción los restantes.
P. Tu libro está escrito en primera persona y el protagonista es un estudiante argentino en Oxford, ambas cosas hacen pensar que eres tú, pero no sé por qué creo que, de ser alguien, eres más Arthur Seldom, el profesor laureado. ¿Me equivoco?
R. En las novelas que escribí hasta ahora yo me siento alguien a mitad de camino entre el narrador en primera persona y el avatar o la figura del “maestro” en cada caso.
P. Me impresionó tu referencia a Buzatti porque es un escritor que me encanta y precisamente el cuento al que aludes ha generado mis peores pesadillas junto a “Informe sobre ciegos”, de Sabato. ¿Por qué te impresionó a ti?
R. Es uno de los cuentos más angustiantes que haya leído. Curiosamente lo recordaba con el ritmo mucho más vertiginoso con que lo transcribí, bajo la forma ficticia de una experiencia real de Buzatti durante una visita a Oxford. Esto es una imposibilidad cronológica, una más de las licencias poéticas de la novela, porque Siete pisos fue publicado en la década del cuarenta...
R. Es uno de los cuentos más angustiantes que haya leído. Curiosamente lo recordaba con el ritmo mucho más vertiginoso con que lo transcribí, bajo la forma ficticia de una experiencia real de Buzatti durante una visita a Oxford. Esto es una imposibilidad cronológica, una más de las licencias poéticas de la novela, porque Siete pisos fue publicado en la década del cuarenta...
P. Leí que eras un lector desordenado¿es posible para un matemático ser realmente desordenado?
R. Tendrías que ver mi escritorio... Los matemáticos son, de acuerdo a una definición famosa, personas que transforman el café en teoremas, pero esto es sólo por las mañanas. Durante el resto del día son perfectamente normales, cultos, divertidos, inteligentes, y por la noche se dedican, como todos, como todas, a la teoría de cuerpos reales y a la inmersión de lo convexo en lo cóncavo.
P. ¿Qué autores te gustan y qué libros te han impresionado?
R. Henry James, Lawrence Durrell, Marcel Proust, Kenzaburo Oé, Philip Roth... De la Argentina: Borges, Cortázar, Castillo, Piglia, y varios cuentistas menos conocidos, como Daniel Moyano.
P. Dentro de la literatura chilena, ¿quién te llama la atención?
R. Carlos Franz y Gonzalo Contreras entre los más recientes. Pero conozco verdaderamente pocos autores chilenos.
P. Alberto Fuguet ha planteado incesantemente la existencia de McOndo en la literatura latinoamericana versus Macondo, ¿te sientes parte de esa generación?
R. No me siento para nada cercano a la estética de Fuguet, Fresán y Ray Loriga, pero también estoy lejísimos de Macondo. En general creo que un escritor debe aspirar a la excepcionalidad, a la originalidad, a una mirada y una voz propias, y no preocuparse demasiado por generaciones, grupos o capillas, que se convierten rápidamente, como las bautizó Fogwill, en sociedades de socorros mutuos.
P. Colaboras como columnista y redactor, ¿por qué los escritores siempre tienen la urgencia de “dárselas de periodistas”?
R. “Dárselas de periodista” es una expresión que por primera vez escucho. En mi país ocurre exactamente al revés: los periodistas quieren “dárselas de escritores”. Hay un diario incluso en el que todos sus colaboradores creen que son escritores y se elogian unos a otros... En mi caso me invitaron a escribir reseñas porque consideran (creo que con sensatez) que los más indicados para escribir sobre libros son los propios escritores.
P. En “Crímenes imperceptibles” le encuentras el lado matemático a la magia, también a la música, ¿qué nos queda para la rebeldía contra la lógica?
R. La posición de “rebelarse contra la lógica” supone una serie de prejuicios que no comparto, y que incluyen también casi siempre la supuesta frialdad de los matemáticos, la suposición de que son maniáticamente ordenados, etcétera. Escribí en mi ensayo “Literatura y racionalidad” sobre esta cuestión y también en mi novela trato de mostrar el costado creativo, elástico, vital, de la inteligencia matemática.
P. ¿Tenías más de un final barajado para la novela?
R. No. Digamos que tenía pensados en principio menos asesinatos. Pero como suele decirse en las novelas policiales, matar al primero es lo más difícil, a partir del segundo crimen todo es mucho más fácil.
P. Tus novelas son bastante seguidas, ¿escribes muy rápido? ¿Cómo? ¿Primero la idea total y luego la escritura o vas descubriendo cosas a medida que trabajas?
R. Mis novelas aparecen de un modo muy espaciado, con intervalos de al menos cinco años. Escribo un primer borrador muy lentamente y corrijo de una manera bastante obsesiva durante al menos un año.
P. Seguramente ya estás en algo nuevo, ¿de qué va la olla, como dicen los españoles?
R. Digamos, que no alcanzó el primer hervor.
P. Como buen argentino, ¿amante del fútbol? ¿Y practicante?
R. Yo estoy absolutamente harto del fútbol. Jugué al fútbol hasta mi ingreso en la universidad y no tengo, por supuesto, nada en contra del deporte en sí. Pero me agobia la parafernalia y la violencia gratuita y la invasión de espacios que engendra esta supuesta “pasión de multitudes”.
P. Finalmente, con el premio Planeta entras a un circuito mucho mayor. ¿Te da susto la “fama”?
R. Creo que los escritores buscamos en general no “la fama” sino el reconocimiento, el valor que le puede asignar un lector al libro al pasar la última página. Algo que se decide casi siempre, como observó Borges, en la soledad de una biblioteca, en una sonrisa de aceptación silenciosa. La parte de “fama” que me ha tocado hasta ahora fue en todo caso muy agradable: traducciones en quince países, viajes de presentación y la alegría de ver, en un subte, en un bar, en la playa, alguien que está leyendo mi libro.
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