AUX Magazine, 2007

P. ¿Podría presentar a nuestros lectores con sus palabras “La Muerte Lenta de Luciana B”?
R. Una joven y atractiva dactilógrafa reaparece en la vida del narrador, muy transformada y con un aparente trastorno mental. Sus seres queridos están muriendo a lo largo de los años, uno tras otro, y ella sospecha que esto forma parte de una venganza, de un plan metódicamente urdido por otro escritor, Kloster, ahora muy famoso, que le dictaba diez años atrás sus novelas. En su desesperación le pide ayuda al narrador para que impida la progesión de las muertes. El lector asiste a dos versiones enfrentadas sobre los mismos hechos, dos conjeturas, ambas verosímiles, y tiene, como el narrador, que formarse su propia idea sobre la culpabilidad o inocencia de cada uno. En ese sentido, por el tratamiento de la ambigüedad, me gusta pensar que es como una novela de Henry James, sólo que en vez de matrimonios hay crímenes.
Es una novela sobre la justicia, las proporciones del castigo y la venganza, y un viaje a la región más primitiva del mal. Pero también una reflexión sobre el azar y la causalidad, tanto en los hechos reales como en los procedimientos narrativos. Hay varios otros subtemas, que tienen que ver con la inspiración y las ideas románticas asociadas, con algunas polémicas literarias, con lo que significa dictar un texto, etcétera, pero dejemos que todo esto lo descubran los lectores.
 
P. Tengo entendido que, en un principio, la historia que narra esta novela pretendía ser un cuento. ¿Qué sucedió en el ínterin para que la historia llegara a esta versión final?
R. En principio yo creí que sería un relato de unas 40 páginas, pero sólo la primera versión de la historia, lo que escucha el narrador por la voz de Luciana, ocupó esa extensión. Me di cuenta entonces de que en realidad tenía entre manos una novela, pero aún así, y como siempre en mis textos, la escribí “frase por frase”, como si fuera un cuento. Por eso digo también que es como un policial abstracto, porque sólo está lo esencial.
 
P.  Muchos lo conocieron de un modo masivo a esta orilla del océano gracias a “Los Crímenes de Oxford”. ¿Qué supuso esta novela para usted?
R. Por un lado la posibilidad de tener a lectores en todo el mundo (la novela fue traducida a 33 idiomas) y también, la de publicar en algunos de los sellos más prestigiosos en cada país, como Penguin en EEUU, Abacus en Inglaterra, Mondadori en Italia o Robert Laffont en Francia. También, por supuesto, la felicidad inmensa de que un director del talento de Alex de la Iglesia filme la película.
En lo personal también cambió mucho mi vida, porque a partir de Los crímenes de Oxford pude dejar la docencia universitaria para dedicarme exclusivamente a escribir.
 
P.  Dentro de poco (el próximo mes de enero), llegará a nuestros cines la versión cinematográfica de dicha novela. ¿Ha participado en el proyecto? De ser así, ¿en qué modo? Si no lo ha hecho, ¿ha tenido la oportunidad de ver el resultado? ¿Qué le parece?
R. No participé del proyecto, más allá de un par de opiniones sobre el guión preliminar. Preferí que Alex de la Iglesia se sintiera con total libertad respecto de la que sería su película, creo que lo más sano para un escritor es dar ese salto de fe y confiar en el director. De todas maneras, había un pacto de caballeros en el sentido de que la película tendría la misma cantidad de personajes y crímenes. Y el mismo culpable!
Tuve la oportunidad de verla en función privada hace poco, quedé muy contento, muy impresionado. Las actuaciones son sobresalientes, John Hurt es gigantesco, Elijah Wood está impecable en su papel como el joven estudiante. Las ambientaciones y atmósferas son fascinantes. Hubo algunos cambios razonables con respecto a la película, el reemplazo del discurso matemático por un discurso más genérico y filosófico sobre la cuestión de la verdad, y un mayor despliegue (gran acierto) para el personaje de Seldom, que encarna Hurt. Sólo espero el momento de verla otra vez.
 
P. Pienso que una de las mayores virtudes de sus novelas es la de confiar en la inteligencia del lector y limitarse casi a exponer unos hechos sobre los que el lector se vea obligado a pensar activamente al tiempo que lee.
R. Una de las cosas que más me molestan como lector es el subrayado excesivo, la sobreexplicación. También por mi formación de cuentista (y sospecho que por mis años en la matemática) trato de que cada elemento que aparece sea a su modo necesario. Pienso que el arma más potente de la literatura (otra lección de James) no es lo explícito sino lo sugerido.
 
P.  La publicación de “La muerte lenta...” ha eclipsado (el menos en España) la también más o menos reciente publicación de su “Borges y la Matemática” (si no recuerdo mal, aquí salió a finales de mayo). Este ensayo aúna dos de mis pasiones (evidentemente Borges y las matemáticas), de las que también siento como heredera su literatura. ¿Cómo conjuga usted estas dos influencias que algunos perciben tan distantes?
R. Esto requeriría una respuesta demasiado larga, casi tanto como el libro. Pero hay en la literatura buenos ejemplos, desde los elementos que yo menciono en la obra y el estilo de Borges, hasta Alicia en el País de las Maravillas, pasando por Raymond Quenau y muchos autores de ciencia ficción… Hay un sitio en Internet, Mathfiction, que recopila todas las obras literarias con distintos grados de participación de la matemática.
 
P. En “La muerte lenta...” se difumina la línea que separa la literatura de la realidad. ¿Cómo percibe usted este terreno tan irregular?
R. Creo que una obra literaria es como un nuevo objeto agregado a la realidad que provoca consecuencias a veces casi imperceptibles, a veces muy notorias. Pienso por ejemplo en el monstruo de Frankestein, que existe fuera del libro, y que se ha convertido en una categoría casi filosófica, el cliché del temor al avance de la ciencia. Pienso en Sherlock Holmes, que sigue recibiendo cartas en Baker Street… También para el autor, es siempre mágico y sorprendente (e impredecible!) la manera en que su novela entra, con la publicación, en el curso de lo real. Es un efecto que se prolonga en bifurcaciones insospechadas a lo largo del tiempo.
Pero por supuesto no creo, como ocurre en La muerte lenta de Luciana B, que una novela pueda causar o anticipar acontecimientos (sí me parece una idea que tiene una posibilidad dramática que intenté aprovechar).
 
P. Otro tema recurrente es el de los crímenes disfrazados de azaroso accidente... o crímenes imperceptibles (como bien señalaba el título de su anterior novela), con la salvedad de que en el caso de “La muerte lenta...” no se da ninguna versión definitiva de lo que es la realidad.
R. Creo que en La muerte lenta de Luciana B. hay una idea distinta relacionada con los crímenes (que no revelaremos aquí). La cuestión del azar tiene un tratamiento que elude el sentido común (es una pequeña idea matemática camuflada en una novela sin matemática). Creo también que hay una versión final sobre los hechos. No es en ese sentido una novela abierta. Lo que queda en todo caso es la duda sobre la asignación de culpas. Pero cada lector, por lo que pude notar hasta ahora, queda suficientemente convencido de su propia versión.
 
P. ¿Ha cambiado en algo su modo de enfrentarse a la literatura desde que puede dedicarse a ella a tiempo completo?
R. No, mi lista de libros en espera es la misma que tenía antes. Sólo que ahora tengo todas las mañanas libres. Y se me acabaron las excusas!

P. Kloster y el narrador (al menos en el estadio en el que se le muestra al inicio de la novela) representan dos tipos de escritores completamente diferentes. Supongo que ambos tendrán algo de usted, pero... ¿de quién está más cerca Guillermo Martínez?
R. Espero que no demasiado de ninguno de los dos: el narrador expresa un tipo de literatura con aspiraciones de vanguardismos, que sólo terminan en la repetición de ideas que cumplen ya 100 años. Y tiene una mezcla de envidia inconfesada y resentimiento, del tipo ¿por qué él sí y yo no? por el éxito de Kloster. Y en cuanto a Kloster, tiene un desprecio excesivo por la reflexión teórica sobre la literatura, que tampoco comparto. Sí coincido con ellos en la atracción por chicas que llenan el escote…
 
P. ¿Podemos saber en qué está trabajando en estos momentos?
R. Un libro de cuentos, que espero publicar el año próximo. Y luego volver a una novela que dejé por un tiempo abandonada.
 
P. Y una última pregunta que me tiene un poco intrigado, aunque nos aleje bastante del tema por el que decidimos entrevistarle. En nuestro próximo número también entrevistamos a Ariel Magnus, por “Un Chino en Bicicleta”. En ambas novelas aparece la idea de un chino quemando mueblerías con nafta, y tengo entendido que algo parecido sucedió en la realidad. ¿No será que ambos escritores han sumado sus fuerzas al estilo Kloster?
R. Para mí fue también una gran sorpresa cuando me enteré de que Magnus había tomado para su novela el personaje de este chino. Pero estas coincidencias finalmente no son tan extrañas. Los escritores, como dijo Patricia Highsmith, somos peces en la misma pecera. Un amigo acaba de enviarme un capítulo entero de una novela policial que estaba por terminar, en donde se explica con detalle un asesinato a través de un envenenamiento con la misma clase de hongos, Amanita Phalloides, que utilizo yo en esta. Sólo pude pensar que tuve suerte en acabar la mía primero. Como digo en la novela, el azar tiene nostalgia de repetición.

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