UN AMOR IMPERDIBLE
Amor perdurable
Ian McEwan
Anagrama, 300 páginas, 1999.
Publicada en La Nación con el título "Pasión al acecho", 1999.
Una pareja de universitarios asentada y feliz se apresta a un tranquilo picnic en las praderas de la campiña inglesa, cuando, "como una marca en el tiempo", se escucha un grito de auxilio y ven en lo alto un globo aerostático, con un anciano y un niño adentro, a punto de desplomarse en tierra. El hombre corre; desde diferentes puntos otros cuatro hombres se suman también a perseguir al globo y logran entre los cinco sujetar por un momento las amarras. De una manera imprevisible y sutil sucede, igualmente, una tragedia. Y esta primera desgracia se bifurca en otra, porque el hombre que en la carrera ha dejado atrás a su esposa -un científico volcado a los libros de divulgación, de mente clara y escéptica- cruza la mirada en un momento de dolor con uno de sus casuales compañeros de rescate, sin imaginar que se trata de un joven religioso con un serio trastorno y que esta única mirada será fatalmente malinterpretada y desatará en el muchacho una fijación amorosa obsesiva, indestructible.
Este es el principio de Amor perdurable, una novela sencillamente extraordinaria de Ian McEwan, que devuelve una por una todas las felicidades que uno podía añorar de la lectura. Y si es cierto que un escritor es grande también por las dificultades que se propone, quizá la primera difícil hazaña del libro es la descripción del amor después de los años -tierno sin ser cursi, confiado sin ser ciego, intenso sin ser opresivo- de Joe y su bella esposa Clarissa, un amor que ambos creen "destinado a perdurar", pero que encuentra de pronto un oponente temible. McEwan logra una inmersión profunda y minuciosa en la maquinaria intelectual de Joe, en las defensas sucesivas de la racionalidad, en las grietas del pasado, en su angustia y soledad creciente, que le permiten por un lado mantener una fuerte línea de suspenso, y desarrollar al mismo tiempo una reflexión panorámica, a veces sarcástica, pero siempre seria y fundada, mucho más allá de las "notas de verosimilitud" que podría necesitar, sobre las modas científicas y las corrientes de pensamiento de fin de siglo.
La segunda hazaña es probablemente el delicado equilibrio en el tratamiento del tema homosexual: como parte de la astucia narrativa, la heterosexualidad de Joe está fuera de dudas, también para la serena y civilizada Clarissa, que piensa al principio que todo es cuestión de sentarse con un "muchacho confundido" a conversar los tres. Y aun así el matrimonio se empieza a deteriorar por los efectos de esa pasión al acecho, silenciosa e imbatible, que interpreta cada rechazo como una prueba más que deberá superar su amor infinito. La novela avanza en un crescendo implacable que no deja de tener sin embargo un costado de oscura comicidad, y a veces escenas francamente divertidas, como la excursión de Joe a un refugio de viejos hippies para comprar un revólver y su curso acelerado de tiro. También es excelente la vuelta de tuerca sobre la tragedia inicial, que cierra una segunda historia conmovedora dentro de la novela; sólo sobran, quizá, los apéndices del final que describen desde el punto de vista psiquiátrico la patología obsesiva del muchacho, ya suficientemente detallada a lo largo del texto.
Ian McEwan, (Escocia, 1948) autor del notable libro de cuentos Primer amor, últimos ritos, y de las novelas Jardín de cemento, El inocente y Los perros negros, vuelve a demostrar en Amor perdurable que es uno de los escritores contemporáneos más interesantes y da una lección de originalidad casi temeraria: en plena década de los noventa su héroe es blanco, heterosexual, inteligente, pacífico, y está dispuesto a todo para salvar el amor de su única esposa.
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