Una mujer difícil / Irving

MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL 

Una mujer difícil
John Irving
Tusquets, 567 páginas, 1999.
Publicada en La Nación con el título "Más allá del bien y del mal", 1999.


   Una niña se despierta en la noche a causa de un sonido que escucha por primera vez,  proveniente del cuarto de sus padres. Se llama Ruth Cole, tiene cuatro años y cuando se asoma a la puerta entreabierta sorprende a su madre de treinta y seis, Marion, en plena actividad amorosa. Sólo que quien está detrás de ella no es su papá, el famoso autor de cuentos para niños Ted Cole, sino Eddie O«Hare, un tímido muchachito de apenas dieciséis que la familia contrató como chofer desde que a Ted le retiraron la licencia por conducir borracho.
   Este es el principio de Una mujer difícil -A widow for one year, en el original- una novela en la que John Irving, (El mundo según Garp, Un hijo del circo) vuelve a probar que su maquinaria narrativa está de algún modo más allá del bien y del mal y que puede salir a flote de los más peligrosos descensos.
   El método de Irving es, en general, la fuga hacia adelante, tal vez porque en su credo literario cierto exceso es parte de lo verosímil (la realidad puede ser muy excesiva, parece decirnos). Así no sólo Ted, sino uno por uno los cuatro personajes principales son (o serán) escritores y los temas de sus novelas -las que han escrito, las que imaginan- se van intercalando como parodias, o variaciones poco encubiertas de las obsesiones que acompañan sus vidas, y que tienen su nudo y punto de partida un verano de 1958 en Sagaponak. Irving registra minuciosamente ese verano, cuando la bella Marion, después de hacer el amor unas sesenta veces con Eddie (la cifra tiene su importancia), decide abandonar para siempre no sólo a su joven amante sino también a su esposo y a su hijita.
   Hay otros dos personajes importantes, cuya ausencia pesa prodigiosamente en todo el relato: son los primeros dos hijos del matrimonio Cole, dos adolescentes muy parecidos físicamente a Eddie que murieron en un accidente de tránsito. Sus fotografías, que pueblan la casa, son la clave tanto de la infancia de Ruth como de la conducta de Ted y Marion. En la descripción obsesiva y recurrente de estas fotografías se pone en juego lo mejor y lo peor de la escritura de Irving. Es que la verosimilitud, para Irving, se logra por medio de la acumulación de detalles, por precisiones al borde de lo trivial, a tal punto que en una de las escenas cruciales -el accidente de tránsito- desconfía de que el lector pueda ver realmente uno de los miembros seccionados (una pierna) si no le indica de algún modo la clase de calzado. Este detallismo exacerbado, que tiene al principio sus victorias, resulta finalmente abrumador: puede ser medianamente interesante seguir las instancias de un partido de squash, pero Irving nos cuenta tres seguidos con un entusiasmo de jugador novicio que se propone enseñar todos los trucos; puede ser importante dejar asentada la torpeza de Eddie, pero Irving lo fuerza a una odisea en ómnibus grotesca e interminable.
   Tampoco la comicidad, uno de los fuertes reconocidos en sus libros anteriores, da siempre en el blanco: la escena en que el jardinero hispano queda suspendido en el aire, colgado de una rama, hace recordar demasiado a las peores comedias norteamericanas y el cuento supuestamente humorístico de la colchoneta inflable es de una tontería inexcusable.
   Aun así, la primera parte del libro -una novela completa en sí misma- es poderosa, compleja e interesante. El problema es que esa primera parte termina en la página doscientos... y el libro tiene casi seiscientas.
   El experimento que se propone Irving es seguir más allá de ese punto final y consignar el resto de la vida de los cuatro personajes a partir de las marcas que les ha dejado ese verano. Así, la segunda parte retoma a Ruth a los treinta y seis años, convertida en una escritora de renombre internacional y a punto de reencontrarse con Eddie que, desde su relación con Marion, sólo consigue enamorarse de mujeres veinte años mayores. Esto significa, por supuesto, un corrimiento cada vez más pronunciado a la vejez y uno de los desafíos del libro, que Irving supera con maestría y toques de suave comicidad, es convencernos de la seducción y el encanto que tienen para el digno Eddie, ahora cercano a los cincuenta, estas damas de más de setenta.
   El mayor problema en la continuación es que Ruth, erigida ahora en protagonista, es un personaje muy decepcionante. Las novelas que escribe parecen bastante vulgares, sus reflexiones sobre literatura son elementales y su desmesurada fama y dinero la ponen a resguardo de casi todo, al extremo de que sus principales preocupaciones son derrotar al squash a su padre (un simbolismo, de acuerdo, pero los simbolismos también pueden ser ingeniosos o lamentables) y, en segundo lugar, casarse o adquirir -ya que puede permitírselo- el hombre correcto. Hay una subnovela de corte casi policial, centrada en el barrio de prostitutas de Amsterdam, que tiene a Ruth como involuntaria protagonista, pero tampoco logra despegar de lo obvio, salvo por la muy bien narrada escena del crimen. Una mujer difícil deriva hacia el final a un tono decididamente menor y el reparto de recompensas que imagina Irving para los cuatro personajes no es muy distinto del que hubiera elegido un autor de teleteatro. (Hay cierta parcialidad en el plano sexual mucho más irritante que deja al descubierto el casi increíble conservadurismo del autor en lo que se refiere a mujeres.)
   Aun así, como se dice en algún momento, hay algo conmovedor en la totalidad de una vida y en la última escena, Irving logra su propósito secreto y celosamente buscado: detener milagrosamente el tiempo.
   Si, como afirma Flannery O'Connor, un hombre bueno es difícil de encontrar, todavía más difícil es encontrar un escritor bueno, y quizá la mejor razón para seguir hasta el final este largo, largo libro, es que Irving, con la suficiente frecuencia, puede ser un escritor excelente.

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