Prometheus, nro. 23, 2007

Publicada en Prometheus, nro 23, 2007

P. ¿Cómo es la relación que el intelectual mantiene entre la creatividad y las labores y agendas académicas?
R. Para no caer en frases generales me limito al campo de la literatura y a un fenómeno que observo en la escena literaria, cada vez más extendido y algo alarmante: los académicos con novela propia, que se convierten en juez y parte de la literatura contemporánea. Si en los años noventa asistimos a la era bifronte del periodista-escritor en los últimos años apareció una variante todavía más perfeccionada en la escala darwinista: el fabuloso tres en uno académico-periodista-escritor.
Como académico define qué es el riesgo, qué es lo valioso, qué es lo realmente interesante. Como escritor cumple con obediencia y a pie juntillas su propio programa y como crítico literario se felicita a sí mismo por haber hecho tan bien los deberes que se propuso. Este círculo endogámico, donde los académicos asignan valor a lo que ellos y sus amigos escriben, no deja de tener consecuencias de largo alcance. La última de ellas quedó de manifiesto con el caso Di Nucci y su plagio de la novela Nada. La corporación académica, en otro papelón histórico, expuso en su carta de Puán toda la miseria de la sociedad de socorros mutuos. Lamentablemente, nunca hubo otra carta dentro de la academia que saliera al cruce desde una posición contraria (yo sólo leí la posición valiente pero solitaria de Elsa Drucaroff).
Mis críticas a la manera de leer en la academia, tal como las expresé en mi artículo “Un ejercicio de esgrima”, y estas consideraciones, no deben entenderse de ningún modo como un desprecio a la función de la crítica académica, y mucho menos como un rapto de anti-intelectualismo. Muy por el contrario. Dado que creo en las jerarquías del talento literario, creo también en el desafío intelectual que supone dar cuenta de las diferentes calidades de esos talentos. Pero para sopesar y juzgar, para cotejar y discernir, los críticos deben ser “demonios de sutileza”, deben ser capaces de no menos que “sentirlo todo, entenderlo todo y expresarlo todo”, en vez de dedicarse a la triangulación de favores o erigirse en juez y parte de sí mismos.

P. ¿Qué proyecto desarrolló o quiso desarrollar fuera de los ámbitos
institucionales?
R. Todos mis proyectos los desarrollé (en una esquizofrenia extendida por muchos años) fuera de los ámbitos institucionales.

P. ¿Existe una “deuda social” de parte de los intelectuales del siglo XXI?
R. Yo siempre sentí una deuda por haberme educado desde la escuela primaria en instituciones públicas. Me acuerdo de esto cada vez que me invitan a dar una charla en alguna escuela: trato de decir siempre que sí. Creo también que si hubiera un programa convincente de apoyo a la lectura (a la manera de las Olimpíadas de Matemática, por ejemplo) muchos escritores se sumarían para dar su aporte.En un plano ideológico más general, nunca creí en las posibilidades de la literatura de incidir significativamente en los cambios sociales y nunca me convenció tampoco la figura del intelectual que se limita a exhibir sus buenas intenciones y sus indignaciones políticas con solicitadas en los diarios. Por eso siempre separé en mi época de militancia la esfera de lo literario como un mundo aparte, más cercano en todo caso a los arbitrios de la imaginación y a las obsesiones privadas que a las coordenadas reconocibles del aquí y ahora político o social. Esto no significa, por supuesto, que no pueda tomarse lo histórico, lo político, lo social, como temas literarios. Lo que no debería esperarse, en estos casos, es un desplazamiento de simpatías de lo ideológico a lo estético, un plus de consideración y de valoración por estas elecciones. Este tipo de desplazamientos está en el fondo de malentendidos frecuentes y de contraposiciones pugilísticas penosas del tipo Borges versus Walsh. Esto no se limita a lo político sino a todo un modo “ideológico” de concebir la literatura que se propaga con distintas modas de época en época. Así, la feminista esperará un plus de reconocimiento por recordarnos a través de sus heroínas la opresión que han sufrido las mujeres, el escritor “vanguardista” su ronda de aplausos por abolir el sentido y maltratar al verosímil literario, y el posmoderno la aprobación posmoderna por preferir lo incompleto, lo invertebrable, o lo fragmentario. La lectura debe ser capaz de separar estas músicas de fondo y discernir lo único que verdaderamente importa: si hay o no hay talento literario.

Volver a Entrevistas