El amo del corral / Egolf

UN TRIUNFO DEL EXCESO

El amo del corral
Tristan Egolf
Mondadori, 419 páginas, 2000.
Publicada en La Nación, 2000.

  En Seis propuestas para el próximo milenio, al examinar el par levedad-peso en la literatura y antes de explicar su preferencia por la levedad, Italo Calvino observa con interesante ecuanimidad que no considera menos válidas las razones del peso. Son dos vocaciones opuestas, dice, que se disputan el campo de la literatura a través de los siglos: una tiende a hacer del lenguaje un elemento etéreo que flota sobre las cosas, como “un campo de impulsos magnéticos”; la otra se propone comunicar al lenguaje el espesor, lo concreto de las cosas, de los cuerpos, de las sensaciones.
   El amo del corral, esta excelente novela inicial de Tristan Egolf, hace pensar en otro par de “vocaciones opuestas” de tensión eterna, que se manifiesta en las alternativas concisión-exceso, austeridad-exhuberancia, o esencialidad-abigarramiento. Digámoslo ya: la novela de Egolf es orgullosamente pantagruélica y avanza en minuciosos crescendos, de exageración en exageración.
   La historia, que transcurre en una pequeña ciudad norteamericana, es la crónica lineal de la vida, desventuras y venganza del introvertido y desdichadísimo John Kaltenbrunner, comenzando por su infancia, cuando a los ocho años se convierte en el amo del corral al montar por sí solo en el cobertizo de su casa una próspera industria avícola. Muy pronto, después de este breve y casi único período de felicidad, todas las desgracias posibles, con impiedad dickensiana, llueven sobre él. La madre contrae una grave enfermedad y un comando de arpías metodistas se instala como aves de presa en la casa, para fraguar la cesión de la granja a su iglesia. John es enviado a un reformatorio y debe pasar varios años de trabajos forzados en un barco mercante. A su regreso al pueblo desciende al último infierno que guarda el mundo civilizado para negros y latinos que buscan trabajo: un matadero industrial de pavos. Cuando logra salir de allí recala en otro empleo que no parece mucho más promisorio: la recolección de basura en el condado. Sin embargo es aquí donde comienza su resurrección y su apoteosis, cuando concibe y organiza lo que será su venganza devastadora contra la ciudad.
   Algunas omisiones deliberadas le confieren a la historia una poderosa y valiente originalidad: no hay diálogos, no hay una sola historia de amor, no hay tampoco demasiada introspección psicológica en el héroe absorbente de la historia, que se define sobre todo, como hubiera querido Hegel, por la serie de sus actos. En un segundo rasgo de originalidad, los personajes secundarios son en realidad grupos sociales o clases que actúan en bloques: las arpías metodistas, la escoria blanca, las ratas del río, los fanáticos de los clubes locales de basquetball, o la cuadrilla de basureros que son sus compañeros de lucha y que transformarán la historia en leyenda. Sin embargo el propósito de Egolf está lejos de cualquier testimonio social y de toda corrección política. Cercana en algún sentido a La conjura de los necios, de Kennedy Toole y quizá también a Ragtime, de Doctorow, El amo del corral es al mismo tiempo una diatriba solitaria y una epopeya personal. Inundaciones, batallas tabernarias, incendios, tornados, Egolf logra a puro talento narrativo la difícil hazaña de convertir a un anodino pueblo del medio oeste norteamericano en un escenario apocalíptico y explosivo y vuelve a probar para la literatura que los excesos también pueden ser magníficos.

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