Doctor Pasavento / Vila Matas


Doctor Pasavento
Enrique Vila Matas
Anagrama388 páginas, 2006.
Publicada en La Nación, 2006.

  Hay un género, a esta altura tan definido y reconocible como el relato de ciencia ficción, o el policial de sospechosos múltiples, que podríamos llamar la novela de escritores sobre escritores. En la variante más extendida el énfasis no está casi nunca centrado en los textos, sino que se desplaza hacia el apunte biográfico de tal o cual autor célebre devenido personaje, en el borde siempre hospitalario entre ficción y ensayo, bajo la presunción, un tanto romántica, de que pueden seleccionarse los hechos de una vida que alumbren con alguna causalidad el curso de una obra. Dado que los escritores con frecuencia acuden, en busca de abrigo y amparo, al ejemplo de vida de otros escritores, no es extraño que incurran una u otra vez en este género. Pero en los últimos tiempos esta clase de novelas ha proliferado con la insistencia de una verdadera moda intelectual, como otro mainstream bien establecido, con sus representantes distinguidos en distintos países, desde W. G. Sebald a Roberto Bolaño, desde Sergio Pitol al más reciente libro de Roberto Calasso, desde Ignacio Martínez de Pisón a Ricardo Piglia. Como todo género, éste tiene también sus facilidades y desafíos. Entre las facilidades está la cantera de citas y frases deslumbrantes ajenas que pueden diseminarse en el texto, la coartada inmediata para discutir teorías literarias y la empatía con los lectores "cultos". Entre los desafíos, el de dar vida y aliento personal a estas ficciones, que suelen estigmatizarse, a veces con demasiada rapidez, como "meros juegos intelectuales".
  Y bien, en Doctor Pasavento estamos frente a uno de los pioneros, casi el dueño contemporáneo de esta literatura "de segundo grado". Porque Enrique Vila-Matas, en efecto, ha erigido su obra extraordinaria en torno a la vida y los laberintos íntimos de los escritores, orgullosamente recluido en el bosque de los textos.
En la novela, que se abre bajo la invocación fantasmal de Montaigne como creador del género literario del ensayo, el narrador en primera persona, un escritor español que ha llegado a tener cierto "nombre" (se reflexiona más adelante sobre lo irrisorio de esa ambición), manifiesta por primera vez su deseo de desaparecer. Desaparecer como lo han hecho cada uno a su modo Jerome Salinger, Thomas Pynchon, Agatha Christie y sobre todo, Robert Walser, el héroe literario absoluto del narrador. La figura mítica de este autor suizo, su reclusión en un hospicio, su muerte durante una caminata en la nieve, obran como un poderoso imán que guiará los pasos futuros del protagonista. Porque en efecto, en medio del trayecto en tren a una conferencia, el narrador, tan parecido a Vila-Matas, pero del que no alcanza a saberse nunca el nombre, lleva a la práctica su propósito, se aparta de pronto del mundo y adquiere la personalidad, como un primer disfraz, del Doctor Pasavento, un psiquiatra retirado con incursiones de amateur en la literatura. El lugar elegido como primer refugio es un hotel en la rue Vaneau, en París, una calle que funciona como un verdadero aleph de las más extrañas coincidencias. Aquí se nos revela por primera vez una de las características del Doctor Pasavento: su compulsión a relacionar todo con todo, su obsesión por incorporar los datos de lo real-periodístico a un sentido paralelo, una conspiración secreta que gobierna sutilmente el mundo. La primera personalidad, sin embargo, espera con impaciencia el resultado del acto teatral de la desaparición. Pasan los días y el protagonista empieza a convencerse de lo que más temía: nadie lo busca, nadie está verdaderamente preocupado por su ausencia, el mundo se ha cerrado perfectamente otra vez fuera de él. Se desplaza a otro hotel en Nápoles y empieza a llevar un diario de la subjetividad abandonada a sí misma, mientras le da paso con intermitencias a una segunda personalidad, la del Doctor Ingravallo, despótico y burlón, que le suelta al oído las frases tajantes sobre sí mismo que teme escuchar. Si parte de la decisión inicial de desaparecer, tenía que ver con el hastío del propio yo, el protagonista descubre pronto que varias personalidades pueden ser tan fatigantes como una sola y se propone abrazar la disolución definitiva, la extinción de todo afán y todo pensamiento. Quiere, de algún modo, sumirse en Walser, transmutarse, por la identidad de los actos, en ese poeta del abandono total. Emprende entonces un viaje, un peregrinaje físico e intelectual, que cree definitivo, al hospicio de Herisau, para suplicar que lo encierren en la misma barraca que ocupaba su ídolo.
  Más allá de la ambición declarada de retratar la subjetividad moderna, con sus límites y paradojas, y del afán casi filosófico por desprender lo verdadero de lo real, Doctor Pasavento es ante todo la obra de un suave humorista y se sostiene de exageración en absurdo por el oficio consumado de Vila-Matas y la sutileza de un estilo admirable. No escapa tampoco a su análisis la segunda intención oculta del acto de desaparición: la afirmación por ausencia del propio yo, como un acto de autopromoción vergonzante. Para el escritor que busca el éxito, se desliza en algún momento, tenerlo o no tenerlo es igualmente ignominioso.
  Pero el verdadero hilo conductor de la novela es el afecto entrañable que despierta el narrador, que tiene algo de Quijote con demasiadas lecturas en un mundo con demasiados signos.
Doctor Pasavento, que alcanza en muchas páginas las alturas de una obra maestra, se alarga innecesariamente después del desenlace natural en la retirada del hospicio. Vila-Matas parece olvidar en las cien últimas páginas su propio fervor por una literatura portátil y se prolonga en la invención de nuevas personalidades y refugios, ya sin tanta gracia, porque la repetición desnuda el mecanismo.
  Aun así, estamos sin duda ante uno de los grandes escritores de nuestro tiempo y vale la pena, por la felicidad que depara su escritura y la hondura y gracia de sus reflexiones, asomarse a todas las personalidades de este doctor que quiere desaparecer, pero no del todo, para escuchar después del mutis los aplausos.


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