ADN, La Nación, 2008

Publicada en ADN, La Nación, enero 2008 con el título "Todo fue muy espectacular"

P. ¿Cómo fue la noche del estreno en El Palacio de la Música? Leí en la prensa española que declaraste: "Es uno de los días más felices de mi vida". Contame esas sensaciones, qué se te pasaba por la cabeza en esos momentos en que estabas allí rodeado de figuras como Alex de la Iglesia, Pedro Almodóvar, John Hurt, Elijah Wood, flashes, cámaras y periodistas.
R. Todo fue muy espectacular: la ciudad estaba tapizada de afiches con las caras de los actores y todos los suplementos culturales habían dedicado grandes espacios a la película durante las semanas previas. Había una gran espectativa. El estreno se hizo en El Palacio de la Música, en dos salas simultaneamente, una con la versión original en inglés y otra con doblaje. Llegamos al cine en varios autos y había una multitud afuera, esperando a los actores. Antes de que empezara la función bajamos un momento hasta la pantalla y cada uno dijo unas palabras. Cuando quiso hablar Leonor Watling la interrumpían los gritos: guapa, guapa. Cuando quiso hablar Elijah Wood también lo interrumpían: guapo, guapo. A mí, en cambio, no me interrumpieron, y creo que fue entonces que dije, al recordar el principio del principio, que era uno de los días más felices de mi vida. Me acordaba también de una de las frases de Alex de la Iglesia en su diario del rodaje, que me había hecho reír: “Claro, el señor en su casa, en zapatillas, inventa frisos asirios y después yo tengo que salir a recorrer museos para no encontrarlos”. Fue así, en zapatillas, que escribí la novela, y ahora, al ver esa sala llena, la vorágine de gente y periodistas, todo ese movimiento ajeno, fuera de las palabras, que propagaba por sí mismo, no pude dejar de sentir cierto orgullo por esa capacidad de “crear vida” de la literatura.
Después de la función hubo una fiesta en una discoteca y al día siguiente a la noche todavía una paella gigante en casa de los productores para celebrar y despedir a los actores. Estaban todos muy contentos: la película había tenido una irrupción fantástica en cuanto a público, ese fin de semana la vieron cerca de cuatrocientos mil espectadores.

P. ¿Qué comentarios y/o críticas recibiste sobre la película? Qué te pareció a vos como espectador?
R. Yo la había visto hace dos meses en una función privada. Esa primera vez ya me había gustado mucho, aunque me distraje un poco en reconocer qué había quedado y qué había cambiado con respecto al libro. En la función del estreno pude verla como una obra en sí misma, con su propia lógica y engranajes. La actuación de John Hurt es absolutamente extraordinaria, para seguirla escena por escena. Es realmente el alma de la película. Elijah Wood se acerca muchísimo a lo que yo pensaba para mi personaje y también Julie Cox, en el papel de Beth, es fantástica, con algo tirante y siniestro de loca peligrosa. La película es visualmente muy atractiva, con una fotografía impecable. La vi todavía una vez más en Barcelona, con Juan Marsé, y él reconoció de inmediato a la actriz de Hitchcock en Frenesí, Ann Mossey, le gustó mucho el plano secuencia del principio y otros homenajes al cine policial clásico que hay en la película.

P. ¿Qué relación tenías con De la Iglesia antes de este proyecto? Quiero decir: ¿habías visto sus películas? ¿Eras admirador suyo o nada que ver? ¿Qué tipo de cine te gusta? ¿Qué directores?
R. Había visto Crimen ferpecto (mi favorita) y también El día de la bestia. Crimen ferpecto me había gustado tanto que cuando me reuní por primera vez con Gerardo Herrero y hablamos de posibles directores, en plan de “soñar no cuesta nada”, yo le mencioné antes que a nadie a Alex de la Iglesia. Me quedé con la idea de que esto sería imposible, pero unos seis meses depués recibí un día una llamada: era Gerardo, estaba contentísimo porque Alex de la Iglesia había leído la novela y quería filmar la película. Esto le dio un impulso decisivo a todo el proyecto. Y luego fue escalando cada vez más, con la contratación primero de John Hurt, la duplicación del presupuesto, y la incorporación después de Elijah Wood.

P. De la Iglesia dijo en entrevistas durante el rodaje que lo más difícil para él fue trabajar a partir de un texto tan dialogado, como Crímenes imperceptibles. ¿Qué creés que tu texto ganó y qué perdió al pasarlo al cine?
R. Aunque la película sigue con bastante fidelidad las líneas principales de la novela, el guión y los diálogos son muy diferentes. El discurso de tipo lógico-matemático fue reemplazado por uno filosófico, más general, sobre la cuestión de la verdad, con menciones al Tractatus, de Wittgenstein. Alex es profesor de filosofía y al leer mi novela le había gustado reencontrarse con algunas de las discusiones que había tenido en su juventud. Incluso, como parte del homenaje, lo hace aparecer a Wittgenstein en medio de la guerra, en la escena inicial de la película. En este sentido el monólogo de apertura, la clase de Seldom desde la tarima, me pareció muy bueno. La puesta en escena permite también acentuar el dramatismo de algunas líneas, por la vividez inmediata de las actuaciones. En la película también está mas acentuada la sospecha sobre cada uno de los personajes.

P. Leí también que De la Iglesia cambió la escena final de tu historia. Es así? Qué otras cosas modificó de la historia original?
R. Como no pudo filmar el friso asirio, decidió hacer la escena final en una sala de piezas falsificadas del museo Victoria Albert, a mí me pareció una variante ingeniosa. Otro de los cambios importantes es el perfil psicológico de Seldom. En la novela yo me preocupé de que quedara más bien en sombras y de que fuera lacónico. Creo que el personaje ganaba por ausencia. Pero Alex de la Iglesia me dijo que si tenía a John Hurt para ese papel, no podía esconderlo. La máscara del personaje es entonces su soberbia y su histrionismo. Creo que esto ha sido un gran acierto. Hay algunas otras modificaciones que los lectores advertirán: un protagonismo mayor del matemático Podorov, unos spaguettis imprevistos en medio de una escena de sexo, la desaparición de René Lavand, y, ay!, el tenis fue reemplazado por el squash.

P. Nos llegó la información de que el productor español (Herrero) compró los derechos de La muerte lenta de Luciana B. para llevarla al cine. Qué podés adelantar de ese proyecto? Qué película te imaginás? Qué equipo te gustaría elegir si pudieras?
R. Lo único que puedo adelantar es que efectivamente tienen la opción y que el director con el que están en conversaciones es excelente y muy prestigioso. Tal como en la adaptación de Alex de la Iglesia, creo que desde el principio la película debe ser y sentirla suya, y prefiero no interferir con mis propias ideas.

P. Qué te pasa ahora con la escritura, después de la irrupción del cine en tu carrera? Quiero decir: te condiciona la imagen a la hora de escribir, de imaginar situaciones? Te cambió en algo? En qué?
R. Para nada. Mi lista de libros en espera es la misma que antes de ganar el premio Planeta. El próximo será un libro de cuentos. Nunca pensé en términos de adaptaciones extraliterarias. Todas mis novelas están contadas en primera persona y esto ya es una primera dificultad para el cine, porque a la cámara le cuesta traducir el discurso interior y la aquilatación de puntos de vista. De manera que en todo esto el primer sorprendido soy yo. Igualmente, mientras escribía La muerte lenta de Luciana B. percibía que había allí una estructura dramática cercana a lo teatral. En algún momento me planteé reescribirla desde el principio como obra de teatro.

P. Ejemplos de otras adaptaciones de textos literarios en el cine: alguna que te haya gustado mucho (cuál? por qué?) y alguna que te haya defraudado?
R. Ceremonia secreta, de Marco Denevi, tuvo una gran adaptación. Los restos del día me parece una excelente adaptación de lo que ya era una novela notable. También, por supuesto, Blade Runner y El vengador del futuro, sobre las novelas de Philip Dick. Otras adaptaciones a la vez fieles e interesantes por sí mismas: Extraños en un tren, en la versión de Hitchcock, El talentoso Mr. Ripley, El silencio de los inocentes. También me gustó La edad de la inocencia, sobre la novela de Edith Warton, y la adaptación de Las Bostonianas, de Henry James. En realidad se me ocurren muchos otros casos felices, aunque la lista de decepciones parezca más larga.

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