Sobre el 11 de septiembre

CINISMO, INDIFERENCIA E INGENUIDAD



Escrito originalmente en inglés, para una exposición del International Writing Programm, en Iowa, EEUU, a un año de los ataques del 11 de septiembre y en los meses previos a la invasión a Irak.

Publicado con el título On cynicism, indifference, and naivety, en 91 Meridian, Estados Unidos, 2002. Y en esta versión en castellano en La fórmula de la inmortalidad, Seix Barral, 2005.



   Estaba casualmente en los Estados Unidos, en una universidad del Sur, durante los ataques del 11 de septiembre. Y estaba todavía aquí cuando la guerra contra Afganistán se cocinó, se decidió y se puso en marcha. De todas las impresiones que recuerdo de los días que siguieron inmediatamente al 11 de septiembre, hay dos que se ensamblan juntas como parte de ese puzzle privado que es la opinión propia, los sentimientos íntimos sobre un acontecimiento que ha sido mirado, interpretado y a menudo manipulado de maneras tan diferentes.


   La primera de estas impresiones fue una pequeña conversación sobre los ataques que tuve con una secretaria de la universidad. Era, y estoy seguro de que todavía es, una señora encantadora, muy educada, maravillosamente solícita. Me preguntó muy cautelosamente mi opinión sobre los ataques, y cuando le dije que, por supuesto, estaba tan horrorizado como cualquiera, pareció aliviada de que estuviéramos los dos del mismo lado y reflexionó en voz alta: “No entiendo por qué esto nos está pasando a nosotros, usted puede ver que somos gente simple y buena. Amamos a nuestras familias, vamos los domingos a la iglesia, y siempre damos dinero a  los países pobres. No puedo entender todo este odio.” En este punto suspiró y agregó: “Creo que hay demasiada gente envidiosa en el mundo allí afuera”.

   La segunda impresión fue algo que escuché de un hombre no tan agradable como esta secretaria, pero muy inteligente a su manera cínica, algo que dijo como una confesión orgullosa durante una entrevista en la televisión. El hombre era Zibriew Brevszinsky, consejero norteamericano de Defensa durante la guerra entre la Unión Soviética y Afganistán. Estaba recordando la invasión de Afganistán por el ejército soviético con un brillo de triunfo en los ojos. Tan pronto como vio a los soldados soviéticos en marcha, explicó, supo que aquel era el momento, la oportunidad de oro para los Estados Unidos de darle a la Unión Soviética su propio Vietnam. Había sido la mente maestra detrás del plan de resistencia que terminó, diez años después, con la caída del muro de Berlín. Explicó la forma en que el gobierno de los Estados Unidos armó y entrenó a los afganos y cómo convirtieron al país durante esos diez años en una pesadilla de guerrillas para los soldados soviéticos. Osama Bin Laden, como escuché con sorpresa, luchaba allí como un soldado debutante, un millonario excéntrico con un ejército privado, que aprendía todas las habilidades militares. Buen amigo de la familia Bush y sí, entrenado y armado por los Estados Unidos. “Nuestro único error allí”, dijo Brevszinsky, “fue dejar las armas en el país después de que la guerra terminara. Sin ninguna economía organizada, y con una generación de gente joven que sólo sabía cómo matar a otra gente, el país entero se convirtió en un campo de entrenamiento para terroristas de varios países.” En este punto recordé una confusión interesante que la gente en mi país comete con frecuencia con respecto al monstruo de la novela Frankenstein, tal vez lo mismo ocurre aquí: tienden a darle al monstruo el nombre del creador y piensan que Frankenstein  es el nombre del monstruo. Y ciertamente, muy a menudo el creador y la criatura pueden ser llamados con el mismo nombre.

   En todo caso, sólo quería señalar estos dos polos, estos dos extremos que trabajan juntos tan bien en la sociedad americana, esta separación que sorprende a cualquiera que llega a los Estados Unidos y establece contacto con toda la gente realmente excelente que puede encontrarse allí donde uno vaya. Una política externa, cínica, deliberada, agresiva, combinada con el buen humor, la ingenuidad, la indiferencia y a veces incluso la ignorancia de la mayor parte de la población sobre lo que ocurre “en el mundo allí afuera”.

   Pero la ingenuidad no es siempre inocente y el cinismo no es siempre inteligente.

   Cuando dejé los Estados Unidos el año pasado, y como represalia por el 11 de septiembre, una guerra mayor, aprobada por el 90 por ciento de los americanos, se llevaba a cabo, una guerra que desde el mismo principio estaba condenada a fracasar en el principal de los objetivos proclamados. En vez de ir por el único hombre del que sospechaban, dos millones de personas inocentes fueron empujadas a las fronteras en terror, dos millones de personas tuvieron que dejar sus casas y todo detrás de ellos para escapar de los bombardeos. Todos recordamos esas imágenes patéticas de aviones norteamericanos que arrojaban bombas y comida casi al mismo tiempo. Un año después Osama Bin Laden no ha sido capturado. Y sin embargo, esto no parece tan importante ahora. Quedé estupefacto al ver, cuando retorné este año, que la cuestión verdaderamente importante ahora es... ¡empezar otra guerra!

   Sí: otra guerra se está cocinando y decidiendo, y los argumentos no pueden ser más extraños. No hay ninguna conexión, de ningún tipo, entre Irak y los ataques del 11 de septiembre. Se dice que Irak podría estar alcanzando la capacidad de desarrollar armas nucleares. No hay absolutamente ninguna prueba de esto, pero supongamos por un momento que fuera cierto. ¿Y qué? ¿Esto los convertiría en un blanco tan obvio? Corea del Norte, India, Rusia, muchos países en el mundo tienen armas nucleares. Hay sólo una nación en la historia de la humanidad que ha probado hasta ahora ser capaz de arrojar bombas nucleares sobre ciudades llenas de gente inocente, sin ningún claro remordimiento. Esa nación no es Irak. Y nadie “en el mundo allí afuera” está considerando empezar una guerra preventiva contra esa nación. Pero antes de todo este palabrerío sobre armas de destrucción masiva, ¿ya se han olvidado  de que las únicas armas que los terroristas necesitaron el 11 de septiembre fueron unos cuchillos de plástico y dinero de bolsillo para lecciones de vuelo?

   Se está diciendo que Saddam Hussein es un dictador. ¿Y qué? Todos sabemos que Estados Unidos puede amar a los dictadores. Por décadas, después de la revolución cubana, la política exterior oficial de los Estados Unidos para América Latina fue colocar y apoyar dictaduras en cada uno de nuestros países.

   No hay ninguna amenaza real, no hay ningún argumento. El razonamiento oculto, el cálculo detrás de esta guerra, no está totalmente claro, pero lo que sí está claro es su cinismo. Un cinismo basado en la creencia de que después del Golfo Pérsico, después de Serbia, después de Afganistán, los aviones de los Estados Unidos pueden ir donde quieran a dejar caer bombas sin muertes norteamericanas. De que a partir de ahora las guerras pueden ser todas así, un asunto fácil, algo que puede repetirse una y otra vez contra cualquier país. Es el cinismo del poder el combustible de esta nueva guerra. Pero el cinismo no siempre es inteligente. La página más perfecta, escribió Borges alguna vez, es al mismo tiempo la más frágil. La maquinaria más perfecta de guerra ha creado estos nuevos guerreros con cuchillos de plástico. Quizá no puedan pelear contra los aviones norteamericanos, avión contra avión, pero van a devolver los golpes, de una u otra manera.

   Una famosa frase maquiavélica dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Esto es exactamente lo que uno siente al escuchar a los políticos norteamericanos que hablan en los medios como si ir a la guerra fuera un paso natural en algún punto de la discusión. Aquí otra vez el cinismo prueba que no siempre es inteligente. La guerra no es la continuación de nada, la guerra es un salto y un abismo, la guerra es la precipitación a lo peor de los seres humanos, la guerra es el mismo fin de la vida para miles de personas. La guerra, como Michael Zeller dijo la semana pasada, es la extinción de todos los valores.

   Y sin embargo, como podemos ver, una segunda guerra en menos de un año se está cocinando y preparando en un país de doscientos cincuenta millones de personas sin ninguna resistencia visible.

   Otra vieja frase, de los viejos tiempos de la rebelión, dice que una revolución es posible si se puede contar con la fiera resolución de unos pocos, el consentimiento silencioso de muchos y la indiferencia del resto. Supongo que los mismos requisitos se precisan para llamar a una guerra. Y aquí es cuando la ingenuidad ya no es más inocente y cuando la indiferencia y la ignorancia pueden ser profundamente criminales.

   Henry James ha escrito alguna de sus mejores piezas narrativas tomando como tema la ingenuidad y el entusiasmo de la joven nación norteamericana, en contraste con la malevolencia y la sofisticación corruptora de la vieja Europa. Pero dice como una advertencia en una de sus novelas: “La ingenuidad es como el cero en la matemática, su importancia depende de la cantidad que acompaña y el lugar donde se coloca”

   Cien años después de Henry James, Estados Unidos ya no es más una joven nación y tiene una larga historia de intervenciones cínicas. La ingenuidad de la gente está todavía allí, pero parece más y más una manera conveniente de no prestar atención al trabajo sucio de su ejército alrededor del mundo para mantener el estándar de vida, y la nafta barata, de toda la población estadounidense. El que no sabe no tiene que preocuparse por los dilemas incómodos de la conciencia. El que no sabe no tiene necesidad de actuar, de desafiar, de exponerse, de hacer todo el trabajo fatigante y a menudo riesgoso que está involucrado en la oposición política. La ingenuidad y el cinismo se llevan juntos muy bien.
   La fiera resolución de unos pocos, el consentimiento silencioso de muchos y la indiferencia del resto. La guerra contra Irak ya tiene la fiera resolución del gobierno y de los medios. La guerra contra Irak ya tiene el consentimiento silencioso de la mitad de la población norteamericana. Todavía está por decidirse si tendrá o no nuestra indiferencia.

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