Monstruos de buenas esperanzas / Mosley

UNA SUMMA EXTRAORDINARIA

Monstruos de buenas esperanzas
Nicholas Mosley
Editorial Siruela, 602 páginas, 2001.
Publicada en La Nación, 2001.

   Una de las impugnaciones favoritas del postmodernismo liga  a la literatura con las desventuras de la filosofía y afirma la imposibilidad –o la caducidad- de los relatos totalizadores y las grandes summas filosófico-literarias, a la manera, digamos, de  LaMontaña Mágica, de Thomas Mann. Este prejuicio a la moda es doblemente absurdo: por un lado, todo relato se erige como una totalidad,  ya sea el cuento más lacónico de Chejov o En busca del tiempo perdido, de Proust, y más allá de cuán fragmentaria pueda ser o no ser la realidad, toda narrativa introduce un cosmos, lleva en sí, por construcción, su propio orden.  Aún los intentos esporádicos de dar cuenta de  la famosa fragmentación (los relatos hilvanados por el azar, de Calvino, o la multiplicidad de vidas del edificio de Perec) no son más que otros órdenes igualmente vigilados, cuyo cálculo subterráneo es la simulación cuidadosa de algún caos. 
   Por otro lado, las limitaciones de la filosofía no tienen por qué ser limitaciones de la literatura. La literatura es una forma de racionalidad más amplia y flexible, que guarda algo de la magia antigua de simpatías y ligaduras más benignas que los conectivos lógicos. Goethe, que fue filósofo, científico y hombre de estado, reservaba al escritor la misión de intuir la figura en el rompecabezas que la filosofía, la ciencia y la política arman por partes.
   Y bien, Monstruos de buenas esperanzas, de Nicholas Mosley, es un retorno orgulloso y feliz a la tradición del relato monumental, que hace recordar sin duda a Thomas Mann, pero con una interesante vuelta de tuerca a tono con la modernidad.
   A través de seiscientas páginas Mosley narra las vidas paralelas de Max, un estudiante inglés de física y biología, y Eleanor, una chica judía alemana educada en los círculos revolucionarios de Rosa de Luxemburgo y sigue los encuentros y deambulación de ambos por los escenarios cada vez más siniestros de la Europa de entreguerras. A la vez, y sin perder nunca el hilo narrativo, Mosley se las ingenia para volver a poner en marcha todas las maquinarias del pensamiento científico y filosófico de esas décadas, desde el furor por Freud, que permite a la madre de Max consumar alegremente todo el amor por su hijo hasta el principio de incertidumbre de Heinsenberg y las profundidades del átomo, desde las mutaciones y contramarchas de las teorías darwinistas en biología hasta las paradojas lógicas en la matemática, desde las clases magistrales de Heidegger y los experimentos antropológicos hasta la argumentación cientificista por una bomba todopoderosa. Todavía, en un tercer nivel, se registran los cambios en la forma de vida y las convulsiones políticas con la ascensión del nazismo, el período stalinista de la revolución soviética y el inicio de la guerra civil española.
   Más allá de la extraordinaria reconstrucción histórica, la originalidad de la novela tiene que ver con el intento desesperado de los dos protagonistas-narradores por darle algún sentido a la realidad que se despedaza en todas partes delante de sus ojos, por apuntalar un mundo que se derrumba irremediablemente,  y  por resistir la idea, cada vez más recurrente, de que tal vez la humanidad sea inviable. Esta lucha silenciosa del humanismo y de la razón contra la marea de la violencia transcurre en la intimidad de los pensamientos que Max y Eleanor registran cuidadosamente como parte de sus diarios. Un experimento científico sobre mutaciones de salamandras y el principio de incertidumbre de Heinsenberg, convertido en boomerang filosófico, son las paredes en las que tantean en busca de una salida.
   Monstruos de buenas esperanzas tiene también cada tanto una comicidad irresistible, algunos personajes secundarios inolvidables y una rara naturalidad para las combinaciones y permutaciones del sexo. Una gran novela que no debería pasarse por alto: la prueba de que, afortunadamente, algunos muertos del postmodernismo gozan de buena salud.

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