La mancha humana / Roth

POLÍTICAMENTE INCORRECTO

La mancha humana
Philip Roth
Editorial Alfaguara, 438 páginas, 2002.
Publicada en La Nación, 2002.

   En el verano del 98 -época  del apogeo en los Estados Unidos del affaire Lewinsky- Coleman Silk, un venerable profesor de setenta años,  humanista a la antigua y ex decano de una apartada universidad de Nueva Inglaterra, desliza durante una de sus clases una alusión irónica a dos alumnos a quienes no conoce  y que nunca asistieron a sus clases, preguntándose en voz alta si tendrían existencia sólida o se habrían hecho “negro humo”. Estas dos pequeñas palabras desatan las consecuencias más devastadoras: los alumnos ausentes son negros, uno de ellos eleva una protesta formal y la maquinaria formidable de lo “políticamente correcto” se pone en marcha para triturar primero la carrera académica y luego la vida personal de Silk. Este es el principio –excelente- de La mancha humana, la última novela de Philip Roth (El lamento de Portnoy, Una visita al maestro), que integra con Pastoral americana y Me casé con un comunista un tríptico  corrosivo sobre los prejuicios y tensiones agazapadas de la sociedad norteamericana contemporánea, siempre a punto de estallar.
   Roth expande en círculos cada vez más vastos, pero todavía con naturalidad, este motivo inicial con la incorporación de personajes que llevan en sí, o desatan, los diferentes nudos de las contradicciones latentes: Faunia, la amante semianalfabeta, cuarenta años menor que Silk, que pone a prueba todos los prejuicios sexuales; la profesora Roux, en la que Roth encarna, con un despiadado retrato, el avance marcial del feminismo, los estudios de género, y los diversos relativismos culturales en el campus; el ex esposo de Faunia, que todavía la ronda y vigila, veterano de Vietnam, símbolo de los residuos más violentos de antisemitismo y odio racial.
   La estrategia narrativa de Roth tiene muchos puntos en común con la de John Irving  y otros autores contemporáneos norteamericanos: una suerte de hiperrealismo exhaustivo y desenfrenado. Henry James afirmaba que ante la precipitación irreversible y el caos indiferenciado de lo real, el único arma del artista era la posibilidad de volver hacia atrás, reflexionar y, sobre todo, seleccionar. Estos autores desarrollan en cambio una estética de la agregación, como si quisieran dar cuenta, en un refinamiento del mecanismo de verosimilitud, de las múltiples capas accidentales, cruces inconexos  y detalles intrascendentes que también conforman una vida. En el caso de esta novela Roth desarrolla hasta la exasperación detalles de la infancia de cada personaje que entra en escena, fuerza los paralelismos simbólicos entre el pequeño drama provinciano y el escándalo (también pequeño al fin y al cabo) del Salón Oval y llega a su peor momento en el retrato del ex combatiente de Vietnam, que no consigue despegarse en ningún momento de los burdos Rambos de Hollywood. 
   Hay un secreto crucial en la vida de Coleman Silk, y al finalizar la novela uno no puede dejar de preguntarse por qué Roth no dejó la revelación de ese secreto, de acuerdo con la progresión dramática, más cerca del final. La pregunta detrás del cuidadoso ocultamiento de toda una vida, el eje filosófico del libro, es sin duda interesante: hasta qué punto el que pertenece a cualquier minoría debe aceptar esa pertenencia como identidad, hasta qué punto tiene derecho a escapar a esa marca de nacimiento. Se ha dicho también que se extraña en esta novela el humor característico de Roth, pero las desventuras de la profesora Roux, con su mensaje de búsqueda de pareja, tiene en su desolación una comicidad irreprimible, y la escena en que Nathan Zukerman, el alter ego de Roth, baila con Silk viejas canciones de sus épocas juveniles, está narrada también con el humorismo de una suave incomodidad. Aun con sus imperfecciones y excesos esta novela sobre las miserias y las manchas humanas tiene una rara destilación alquímica de sabiduría y vale la pena seguirla hasta el final, sobre todo para quienes conocen de cerca los ámbitos académicos y esa réplica apenas más educada del infierno que puede ser una universidad.

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