Como
muchos de mis cuentos, éste también empieza en una nota autobiográfica. Estaba
de visita en Viena en los primeros años de la Unión Europea y me subí realmente
a un ómnibus nocturno para llegar a
Bratislava, sin reparar en que necesitaba una visa para el cruce fronterizo. Tuve
que dejar todos los euros que llevaba para un permiso transitorio de
veinticuatro horas y entré en la ciudad casi sin dinero. En la continuación
banal de la experiencia real, perdí el resto del día siguiente en trámites para
extender ese permiso y para lograr que brotara algún dinero de auxilio de mi
tarjeta de crédito. Mucho después me pareció interesante continuar el hilo de
la otra posibilidad imaginaria que la realidad, siempre más prosaica, había
dejado trunca: un recién llegado a un país desconocido, donde se habla un
idioma inextricable, con sólo unas pocas monedas en el bolsillo. El valor de
pronto crucial de esas monedas. Y una mujer que aparece y le pide ayuda, sin
poder pronunciar más que una frase. Quise escribir un cuento en el borde de lo
fantástico. ¿Qué es lo que la mujer pide verdaderamente con esa única frase
horadante? ¿Es apenas, también, algo de dinero? ¿O hay un elemento vampírico a
punto de revelarse? ¿Hacia dónde y hacia qué lo arrastra?
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