Publicada en La Nación con el título El milagro de la tostada, 2011.
1) ¿Cuál es la pregunta que no le gusta responder en entrevistas?
Si hay algo autobiográfico en tal o cual novela. Me parece que revela menosprecio por el valor propio de la ficción, como si lo verdaderamente interesante estuviera en la vida privada del escritor, en un chisme personal, y no en la obra que acaban de leer. Me recuerda a los chicos que se pierden la ilusión que pone en escena el mago por mirar bajo la mesa si encuentran el truco.
2) ¿Qué le gustaría ser, si no fuera escritor?
Tener una gran voz y saber cantar (no me dejan cantar ni bajo la ducha). Me parece muy cautivadora la gente que canta. Durante una época, en la adolescencia, quise también ser tenista. Y me interesó después la política. Ahora que dejé mi profesión de matemático, estoy leyendo otra vez libros de filosofía, que fue una de las opciones que consideré cuando tuve que elegir carrera universitaria. La matemática, finalmente, es una forma más precisa y localizada de la filosofía.
3) Su padre también era escritor. Usted recopiló una antología de sus cuentos y en el prólogo anota algunas de sus “frases famosas”. ¿Hay otras que recuerde cada tanto?
Sí: una que dice “A los hijos, o los educan los padres o los educa la televisión”, y otra, que no era de él, y que reservé para un cuento: “Si quieres ser feliz como tú dices, no analices, muchacho, no analices”.
4) ¿Qué cosas lo irritan de la vida urbana?
¿Además de la caca de perros? Los automovilistas que tiran el auto sobre los peatones en el cambio de luces. Creo que aquí se juega algo cultural muy profundo. La posibilidad de usar el pequeño poder, el placer mezquino de la prepotencia del más fuerte, la vieja cuestión de civilización o barbarie. Una modesta proposición para acabar con esta amenaza de muerte en cada esquina: semáforos con un tiempo exclusivo para peatones. Ya se sabe que los conductores tienen más respeto por las luces que por los seres humanos.
5) ¿Y qué disfruta de la ciudad?
Los cafés con sillas en la vereda. La inmensa oferta cultural. Y la posibilidad de atravesarla caminando.
6) ¿Qué tan duro es el oficio de escribir?
Tiene sus momentos de angustia, pero casi cualquier oficio terrestre es más duro y desdichado. Escribir un libro es un privilegio y verlo publicado una felicidad incomparable.
7) ¿Cree en los milagros?
Sí, como un caso extremo de las estadísticas. Me ocurrieron dos en mi vida: una vez la tostada saltó y quedó de pie en equilibrio sobre la tostadora (¡le saqué una foto!). El segundo, el más feliz, fue encontrar a mi mujer, Marisol, y tener a nuestra hija Julia.
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