El hijo que salvó a su padre del olvido, por J. Fernandez Díaz

Nota de Jorge Fernández Díaz, publicada en La Nación con el título El hijo que salvó a su padre del olvido, 2010. 

Todavía sueña con su padre. Y son, invariablemente, sueños conversados. Discuten sobre literatura y sobre la vida. Como antes, como siempre. Julio murió hace ocho años entrando en su casa, en brazos de una hermana de Guillermo y por culpa de un enfisema que le produjo un brusco paro cardiorrespiratorio.
La mala noticia le llegó al hijo en el aeropuerto de Jujuy, donde había viajado para dar una conferencia. "Volé a Buenos Aires y de ahí me tomé un ómnibus hasta Bahía Blanca -me cuenta-. Es la persona que más quise en el mundo. Mi gran interlocutor."
Guillermo Martínez se ha convertido en uno de los narradores más destacados de la nueva generación y es, actualmente, el escritor argentino más traducido en el mundo después de Julio Cortázar. Escribió de joven una obra maestra de la novela breve: Acerca de Roderer . Ganó el Premio Planeta por Crímenes imperceptibles y logró que Alex de la Iglesia la filmara con un casting en el que lucía John Hurt.
Esa historia, que transcurre en Oxford, se tradujo a 35 idiomas y se transformó en un robusto best seller en Gran Bretaña. "Guillermo logró algo único -confiesa su editor local-. Venderles novelas de enigma a los ingleses es como venderles bifes a los argentinos o naranjas a los paraguayos." Aunque no era una intriga tradicional, estaba combinada con la otra gran pasión de Martínez: las matemáticas. "A mi padre le encantaba que yo amara por igual las matemáticas y la literatura -recuerda-. Pero esperaba que eligiera ingeniería, una carrera seria con la que podía ganarme la vida. Cuando elegí matemáticas se asustó. Pero fijate, al final las matemáticas me llevaron dos años a Oxford y luego a recorrer el mundo. Y ser matemático me permitió comprarme mi primera casa."
No hubo, sin embargo, la clásica tensión entre padre e hijo. Guillermo nunca tuvo la pulsión adolescente de "matar al padre". Y Julio se corrió siempre del lugar de castrador. Ocho años después de su muerte, el hijo emprende una tarea titánica y conmovedora: probar que su padre era un gran escritor secreto. Dentro de unos días llegará a las librerías Un mito familiar , que reunirá una nouvelle y varios de los doscientos cuentos que Julio escribió a lo largo de varias décadas sin preocuparse jamás por publicarlos. Julio pertenecía a esa extraña y fantasmal comunidad de escritores que escriben por auténtico amor al arte, sin anhelos de exhibición.
Cuando Guillermo puso manos a la obra tuvo que vérselas con varias cajas donde además había poemas, cinco obras de teatro, un libreto para cine, tres guiones de historietas y cuatro novelas, que su padre escribió como resultado de haberse sentido de algún modo desafiado por el éxito de Acerca de Roderer . De vez en cuando recibía premios y menciones en algunos concursos, y ciertos textos formaban parte de antologías de cuentistas argentinos, pero Julio G. Martínez centralmente fue un escritor anónimo con un hijo célebre.
Recuerda Guillermo que su padre nació en 1928, que pasó parte de su niñez en el campo y que después se mudó con su familia a Bahía Blanca. La dura formación católica no le impidió el ateísmo socarrón: mientras estudiaba ingeniería agraria en La Plata leyó y subrayó rabiosamente El c apital y se convirtió al marxismo-leninismo. Era ingeniero agrónomo a los 22 años, pero eso no le resultaba suficiente. A lo largo de los años cursó materias de Letras, Matemáticas, Filosofía y Economía. Fundó el primer cine-club de Bahía Blanca, se afilió al Partido Comunista y militó gremialmente en la Federación Agraria: durante el plan Conintes allanaron su casa, desvalijaron su biblioteca y lo metieron preso dos meses.
Escribe Guillermo las claves con que Julio crió y educó a sus hijos: "Nos enseñó a jugar al ajedrez a los cuatro hermanos, y mientras estábamos en la escuela primaria compró los libros Papi de matemática moderna para lo que llamaba la «educación complementaria». También, para asegurarse de que no pudiéramos escapar a la lectura, se negó a comprar televisor durante toda nuestra infancia. Los domingos nos reunía a la mañana para leernos un cuento y a continuación debíamos escribir una redacción en un certamen literario de entre casa. Nos calificaba en cinco ítems: originalidad, resolución, redacción, prolijidad y ortografía. El premio era un chocolate y el honor de ser pasado a máquina en su vieja Olivetti de teclas restallantes, donde escribió buena parte de su obra".
Durante la última dictadura militar fue despedido de la Escuela de Agricultura y Ganadería bajo la acusación de "peligrosidad subversiva", y contrajo depresión y buscó como medicina fundamental escribir todos los días. En un momento, se impuso la obligación de redactar un microcuento diario. El resultado de ese extenuante ejercicio se llamó Golpes bajos , y cuando estuvo terminado Julio lo metió en un cajón y lo olvidó.
Además de la infatigable lectura, que iba desde el Séptimo Círculo hasta Hegel, pasando por Sartre, Ballard, Nabokov, Lispector y tantísimos más, el patriarca de los Martínez gozaba con la piscicultura. Llenaba la casa de peceras, criaba Carassius , buscaba técnicas de inseminación artificial para una variedad determinada de lebistes, se escribía con piscicultores de todo el mundo y tenía en el campo un tanque australiano acondicionado para sus reproductores. Dice su hijo que en los tiempos difíciles de la dictadura y la depresión se deshizo de todo y dejó la casa llena de peceras vacías. "No había pregunta para la que no tuviera respuesta, pero a la vez, le gustaba a veces fingir que vacilaba, porque era la excusa para llevarnos a la biblioteca a rastrear en los estantes y abrirnos un libro y un mundo -escribe Guillermo en su prólogo-. Su pasatiempo favorito era contar a la hora de la cena historias de las que era imposible saber cuánto era verdad y cuánto ficción. Y cuando volvía del cine-club recreaba escena por escena para los cuatros hijos absortos la película que acababa de ver."
Ya de grande tenía la costumbre de advertir al matemático de la familia, cuando éste le contaba el argumento de un proyecto literario, que eso "ya estaba hecho". Los eruditos son implacables con la imaginación literaria juvenil, en esa particular época cuando uno cree que las ocurrencias son absolutamente originales y que puede inventar de nuevo la pólvora. Los hijos y la esposa le rogaban siempre que publicara su obra, pero Julio no se movía de su ostracismo. En consejo familiar, mucho después de su muerte, los hermanos Martínez decidieron que publicarían en un primer volumen "sus cuentos infalibles". Guillermo tuvo la misión de buscarlos, seleccionarlos, pasarlos a su versión digital y dejarlos listos para su edición. "Traté de ponerme en su lugar -dice-. Elegí cosas que fueran lo mejor de lo mejor y que representaran sus distintos temas." En este impresionante proceso, el hijo descubrió muchas cosas acerca de su padre: el cruce entre lo sexual y lo filosófico, su gusto por un estilo difícil y arriesgado, la variedad de tonos que buscaba y también un registro evocativo que estaba alejado del escepticismo profesional o la mirada esnob. Como escritor, Julio G. Martínez podía ser cínico pero también sentimental.
Cuando el libro estuvo terminado, Guillermo lo dio a leer: los editores de Planeta quedaron sorprendidos por la calidad de esos textos, como si hubieran encontrado a un genio oculto de la literatura argentina, como si hubiera nacido un nuevo clásico. Jura el autor de Crímenes imperceptibles que no se manejó, para esta tarea que hubiera interesado a Freud, con el corazón sino con el cerebro. Pero al leer su prólogo me saltaron las lágrimas. Allí reproduce una discusión epistolar que tuvieron alguna vez padre e hijo. El primero era más experimental que el segundo, y en una carta defendía a Carver y Cheever, los exquisitos cuentistas del minimalismo norteamericano. Decía textualmente Julio Martínez: "He encontrado en ellos lo fundamental para que el arte exista. La humanitas , el sentido apasionado de la condición humana". Guillermo Martínez le responde recién ahora: "Yo también encontré siempre eso en tus cuentos, papá. Mucha suerte, y que tengas una larga vida literaria".
Aseveraba Pitágoras, el primer matemático, que el hombre es inmortal por sus deseos. Lo es también por sus hijos.