Entrevista para el Festival del cuento corto Zagreb (Croacia) - Mayo 2017

1.       1. Usted es el autor de varias novelas y colecciones de relatos cortos, pero también se ha doctorado en Lógica por la Universidad Nacional de Buenos Aires en Argentina y más tarde hizo un postdoctorado en la Universidad de Oxford. ¿Existe un mismo proceso mental, una ley universal, detrás de las matemáticas y la literatura? ¿Dónde está el punto de encuentro entre las dos?  

Creo que hay una analogía en cuanto a los procedimientos mentales, al menos en mi caso. Uno tiene en principio un atisbo mental en un cielo algo confuso de ideales platónicos, ya sea de un patrón matemático, o de la clave para una prueba (en el caso de la matemática), ya sea de un personaje, un fragmento de diálogo, el final para un cuento, (en el caso de la literatura). A partir de esas primeras imágenes hay un proceso racional también similar en cuanto a clarificar, aguzar, extremar aquello entrevisto, hasta darle una forma más nítida y convincente. Y también al momento de transcribir al papel hay similitudes: esa es la piedra de toque de las ideas, y tanto la primera intuición matemática, como la primera intuición para un relato, se ponen a prueba y se transforman y cobran “astucia” en la tensión entre lo pensado inicialmente y el duro ensayo y error de la codificación por escrito.



2.      2. Ha citado su padre, Julio Guillermo Martínez, como un maestro decisivo y una influencia importante para su afán por las letras y su carrera literaria. Él mismo fue un escritor prolífico, pero durante toda su vida prácticamente no publicó. En la introducción a “Un mito familiar”, una antología de su obra inédita, usted escribió que pertenecía "a una especie rara, en extinción, la de los que escriben únicamente ‘por amor al arte’ y no se preocupan por publicar". ¿Es más importante la relación íntima que uno tiene con la literatura (como el personaje Patterson de Jim Jarmusch) o hay que compartirlo con el público?

Eso depende, supongo, de cada escritor y aún de cada etapa de la vida. Yo siempre pensé que hay muchas razones para escribir pero en el fondo sólo una para publicar, y es cierta dosis de vanidad.  La vanidad de creer que uno puede agregar alguna página a la biblioteca total. Pero cuando uno ya escribió cierta cantidad de libros aparece una tensión más personal del escritor respecto a su propia obra. Esa lucha privada contra lo que uno mismo ha escrito, en busca de otros matices, de otra profundidad -o incluso  de vueltas de campana- ya prescinde muchas veces de cualquier idea de lector, o más bien, se dirigen a un único lector más exigente, que es el propio escritor por sobre su hombro.


3.      3. Sus inicios literarios han sido en el relato corto, primero en la casa familiar, cuando su padre le animaba a participar en un certamen literario de entrecasa, y luego publicando su primer volumen de relatos cortos, "Infierno grande", que obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Arte. ¿Cuál es el atractivo del relato corto, qué son, para Usted, sus ventajas en comparación con la novela u otras formas?

La intensidad, la unidad, la unicidad de propósito, la concentración, la tensión, la agudización del lenguaje, la inminencia de lo imprevisto, el despojamiento de retóricas, de antesalas y digresiones. Y en la práctica de un relato tras otro, la posibilidad cambiar de registros, la libertad de la experimentación, la alegría de la idea radiante y los saltos abruptos, la facilidad para entrar y salir de distintas atmósferas y géneros y lenguajes.


4.       4. Su colección de relatos cortos más reciente “Una felicidad repulsiva” (2013), que ganó el primer Premio Hispanoamericano del Cuento Gabriel García Márquez, es un conjunto de cuentos sobre diferentes aspectos de vida familiar y la felicidad. ¿Cree que es posible ser feliz o hay de verdad algo repulsivo en ello? ¿Puede uno aprender a ser feliz?

La frase de Flaubert que abre Una felicidad repulsiva dice: Tres condiciones se requieren para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. Más allá de esto, con lo que esencialmente concuerdo, creo que ser feliz en un grado humano razonable es casi  un don o una fatalidad de carácter: se tiene o no se tiene. Pero quizá sea también algo que pueda adquirirse con algo de buen humor mantenido a salvo durante la vida. La película Melinda y Melinda lo dice casi todo sobre esto: la misma situación puede muchas veces ser mirada desde la tragedia o la comedia. Hay quien puede tomar con humor o bien como una prueba casi cualquier desgracia, y hay quien no deja de encontrar, aún en la hora de dicha más luminosa, el pequeño motivo para amargarse. Ahora, ser feliz a tiempo completo, en cada hora y todos los días de la semana, sí puede tener algo repulsivo, sobre todo para quienes miran esa felicidad desde afuera. O también, algo perturbador. Siempre me impresionó el relato de Oliver Sacks sobre los “despertados” de sus comas profundos con una droga de la felicidad. Se sentían felices, pero cada vez más felices, como si hubiera un ascenso de esa felicidad a estados progresivos de mayor bienestar y luego de euforia, hasta que empezaron a sentir que estaban como en lo alto de una montaña rusa y empezaron a tener, en ese paroxismo y esa exaltación, el presentimiento aterrador de que chocarían a toda velocidad contra algo que los destruiría. Y exactamente eso les ocurría: el tren desatado de la felicidad los llevaba al colapso mental.


5.       5. Su novela Crímenes imperceptibles (2003) fue adaptada al cine como Los crímenes de Oxford, dirigida por el director español Álex de la Iglesia e incluye en el reparto a John Hurt y Elijah Wood. ¿Usted participó en la creación de la película de alguna manera? ¿Cuál es la sensación de ver una obra suya asumir una vida nueva en otro medio?

No participé sino sólo para contestar un par de preguntas sobre la simbología de los pitagóricos y con una lectura del guión preliminar. Al ver por primera vez la película hay que hacer un esfuerzo de desprendimiento: ya desde el momento en que se elige el casting y los rostros difusos de los personajes adquieren una única definición, hay algo así como una transacción: mayor nitidez, pero menos alcance de campo… Lo mismo ocurre con los diálogos y con la pérdida de algunas líneas y personajes. Lo que queda suele ser más poderoso, pero el autor extraña siempre algo de lo que se ha sacado. Igualmente para mí fue una gran felicidad la adaptación y que la dirigiera Alex de la Iglesia, a quien admiro muchísimo. Me gustó también su propia lectura de la novela, con el énfasis en la figura de Wittgenstein y la lucha de dos maneras de ver la matemática y su relación con lo real, ambas finalmente derrotadas.


6.     6. ¿En qué está trabajando ahora?
      En una nueva novela policial que será en muchos sentidos continuación de Crímenes imperceptibles. Vuelven Arthur Seldom y el narrador-protagonista, no puedo decir mucho más por ahora.