1. 1. Usted es el
autor de varias novelas y colecciones de relatos cortos, pero también se ha
doctorado en Lógica por la Universidad Nacional de Buenos Aires en Argentina
y más tarde hizo un postdoctorado en la Universidad de Oxford. ¿Existe un mismo
proceso mental, una ley universal, detrás de las matemáticas y la literatura?
¿Dónde está el punto de encuentro entre las dos?
Creo que
hay una analogía en cuanto a los procedimientos mentales, al menos en mi caso.
Uno tiene en principio un atisbo mental en un cielo algo confuso de ideales
platónicos, ya sea de un patrón matemático, o de la clave para una prueba (en
el caso de la matemática), ya sea de un personaje, un fragmento de diálogo, el
final para un cuento, (en el caso de la literatura). A partir de esas primeras
imágenes hay un proceso racional también similar en cuanto a clarificar,
aguzar, extremar aquello entrevisto, hasta darle una forma más nítida y
convincente. Y también al momento de transcribir al papel hay similitudes: esa
es la piedra de toque de las ideas, y tanto la primera intuición matemática,
como la primera intuición para un relato, se ponen a prueba y se transforman y
cobran “astucia” en la tensión entre lo pensado inicialmente y el duro ensayo y
error de la codificación por escrito.
2. 2. Ha citado su
padre, Julio Guillermo Martínez, como un maestro decisivo y una influencia
importante para su afán por las letras y su carrera literaria. Él mismo fue un escritor
prolífico, pero durante toda su vida prácticamente no publicó. En la introducción
a “Un mito familiar”, una antología de su obra inédita, usted escribió que
pertenecía "a una especie rara, en extinción, la de los que escriben únicamente
‘por amor al arte’ y no se preocupan por publicar". ¿Es más importante la
relación íntima que uno tiene con la literatura (como el personaje Patterson de
Jim Jarmusch) o hay que compartirlo con el público?
Eso
depende, supongo, de cada escritor y aún de cada etapa de la vida. Yo siempre
pensé que hay muchas razones para escribir pero en el fondo sólo una para
publicar, y es cierta dosis de vanidad.
La vanidad de creer que uno puede agregar alguna página a la biblioteca
total. Pero cuando uno ya escribió cierta cantidad de libros aparece una
tensión más personal del escritor respecto a su propia obra. Esa lucha privada
contra lo que uno mismo ha escrito, en busca de otros matices, de otra
profundidad -o incluso de vueltas de
campana- ya prescinde muchas veces de cualquier idea de lector, o más bien, se
dirigen a un único lector más exigente, que es el propio escritor por sobre su
hombro.
3. 3. Sus inicios
literarios han sido en el relato corto, primero en la casa familiar, cuando su
padre le animaba a participar en un certamen literario de entrecasa, y luego
publicando su primer volumen de relatos cortos, "Infierno grande", que
obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Arte. ¿Cuál es el atractivo del
relato corto, qué son, para Usted, sus ventajas en comparación con la novela u
otras formas?
La
intensidad, la unidad, la unicidad de propósito, la concentración, la tensión,
la agudización del lenguaje, la inminencia de lo imprevisto, el despojamiento
de retóricas, de antesalas y digresiones. Y en la práctica de un relato tras
otro, la posibilidad cambiar de registros, la libertad de la experimentación,
la alegría de la idea radiante y los saltos abruptos, la facilidad para entrar
y salir de distintas atmósferas y géneros y lenguajes.
4.
4. Su colección
de relatos cortos más reciente “Una felicidad repulsiva” (2013), que
ganó el primer Premio Hispanoamericano del Cuento Gabriel García Márquez,
es un conjunto de cuentos sobre diferentes aspectos de vida familiar y la
felicidad. ¿Cree que es posible ser feliz o hay de verdad algo repulsivo en
ello? ¿Puede uno aprender a ser feliz?
La frase
de Flaubert que abre Una felicidad
repulsiva dice: Tres condiciones se
requieren para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud.
Más allá de esto, con lo que esencialmente concuerdo, creo que ser feliz en un
grado humano razonable es casi un don o
una fatalidad de carácter: se tiene o no se tiene. Pero quizá sea también algo
que pueda adquirirse con algo de buen humor mantenido a salvo durante la vida. La
película Melinda y Melinda lo dice casi todo sobre esto: la misma situación
puede muchas veces ser mirada desde la tragedia o la comedia. Hay quien puede
tomar con humor o bien como una prueba casi cualquier desgracia, y hay quien no
deja de encontrar, aún en la hora de dicha más luminosa, el pequeño motivo para
amargarse. Ahora, ser feliz a tiempo completo, en cada hora y todos los días de
la semana, sí puede tener algo repulsivo, sobre todo para quienes miran esa
felicidad desde afuera. O también, algo perturbador. Siempre me impresionó el
relato de Oliver Sacks sobre los “despertados” de sus comas profundos con una
droga de la felicidad. Se sentían felices, pero cada vez más felices, como si
hubiera un ascenso de esa felicidad a estados progresivos de mayor bienestar y
luego de euforia, hasta que empezaron a sentir que estaban como en lo alto de
una montaña rusa y empezaron a tener, en ese paroxismo y esa exaltación, el
presentimiento aterrador de que chocarían a toda velocidad contra algo que los
destruiría. Y exactamente eso les ocurría: el tren desatado de la felicidad los
llevaba al colapso mental.
5.
5. Su novela Crímenes
imperceptibles (2003) fue adaptada al cine como Los crímenes de Oxford,
dirigida por el director español Álex de la Iglesia e incluye en el reparto a John
Hurt y Elijah Wood. ¿Usted participó en la creación de la película de alguna
manera? ¿Cuál es la sensación de ver una obra suya asumir una vida nueva en
otro medio?
No
participé sino sólo para contestar un par de preguntas sobre la simbología de
los pitagóricos y con una lectura del guión preliminar. Al ver por primera vez
la película hay que hacer un esfuerzo de desprendimiento: ya desde el momento
en que se elige el casting y los rostros difusos de los personajes adquieren
una única definición, hay algo así como una transacción: mayor nitidez, pero
menos alcance de campo… Lo mismo ocurre con los diálogos y con la pérdida de
algunas líneas y personajes. Lo que queda suele ser más poderoso, pero el autor
extraña siempre algo de lo que se ha sacado. Igualmente para mí fue una gran
felicidad la adaptación y que la dirigiera Alex de la Iglesia, a quien admiro
muchísimo. Me gustó también su propia lectura de la novela, con el énfasis en
la figura de Wittgenstein y la lucha de dos maneras de ver la matemática y su
relación con lo real, ambas finalmente derrotadas.
6. 6. ¿En qué está
trabajando ahora?
En una nueva novela policial que será en muchos sentidos continuación de
Crímenes imperceptibles. Vuelven Arthur Seldom y el narrador-protagonista, no
puedo decir mucho más por ahora.