Publicado en La Balandra, marzo 2015. (No aparece online)
Ya escribí, en un artículo de hace unos
años, sobre lo que me parece que son los
tres grandes obstáculos en nuestra crítica literaria. El primero, intrínseco y hasta cierto punto inevitable: la
lectura con una finalidad predeterminada, distinta del puro goce, la obligación
–que acaba por ser distorsión- de dar cuenta en forma racional y argumentativa
de algo que vive en otro plano, el de la impresión artística y la emoción
estética (Borges decía que la valoración de un libro se decide quizá en una
sonrisa de aceptación silenciosa al guardarlo en la biblioteca).