Quienes hayan leído los cuentos de Jorge Luis Borges que teorizan sobre el infinito y el tiempo, o aquellos que se perdieron en los laberintos lógicos de Lewis Carroll o en la multiplicidad de nombres (heterónimos) del gran poeta portugués Fernando Pessoa, quizá sospechen el motivo de estas líneas. En estas páginas se tratará de poner en escena que la matemática y la literatura -a simple vista dos regiones opuestas- mantienen una íntima relación sostenida en numerosos ejemplos y conceptos, y que la simbiosis entre ambas determina la creación de múltiples sentidos. Los teoremas y los verbos desembocan en la misma corriente histórica.
“Creo
que la literatura y la matemática, como mecanismos de imaginación, son muy
similares. El matemático imagina dentro de un mundo de objetos ideales y trata
de encontrar cuáles son las conexiones de éstos dentro del mundo platónico”, me
explicó hace unos años el escritor y doctor en Matemáticas Guillermo Martínez.
Y agregó: “Y cuando las encuentran, lo escriben en un texto que se llama
demostración, para que otros matemáticos puedan llegar a la misma
conclusión”[1].
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