Entrevista La Voz (Córdoba)

Publicada con el título "Casi todos los cuentos tratan de sexo o de muerte", La Voz, noviembre 2013.

A los 20 años, antes de que terminara su licenciatura en Matemática, Guillermo Martínez ganó un concurso literario con sus cuentos, dato que ha ido desapareciendo de las solapas de sus libros, donde ahora figura como inicio de su carrera Infierno grande, el libro de cuentos que obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes en 1989, cuando tenía 27. Desde entonces no ha vuelto a publicar cuentos. Hasta ahora, que a los 51 vuelve al género con Una felicidad repulsiva, que reúne 10 cuentos y una nouvelle.


–En estricto sentido, es el primer libro de cuentos que publicás desde el principio de tu carrera. ¿Cómo te sentís frente a eso? Si aquellos cuentos marcaron el comienzo, ¿qué pueden marcar estos?
–Recién en el año 2000, cuando escribí “El I Ching y el hombre de los papeles”, volví a pensar en la posibilidad de un nuevo libro de cuentos. Creo que hay cuentos que son para uno mismo basales, que fundan y empiezan a configurar un libro. En los años siguientes, de manera muy esporádica, escribí otros cuentos, en registros muy distintos entre sí. El segundo cuento para mí importante fue “Una felicidad repulsiva”. Después logré terminar “Una madre protectora”. Sentí entonces que ya tenía las piezas principales de un nuevo libro. Pero quise escribir uno más, que tenía anotado desde hacía muchísimo tiempo: “Un gato muerto”, y que terminé con el libro casi impreso. Cuando finalmente los reuní a todos, habían pasado más de 10 años. Sobre la diferencia con los cuentos de Infierno grande, yo creo que en este libro hay una mayor madurez expresiva y formal, más recursos narrativos. También: aparecen los hijos. Posiblemente hay más desolación. De todas maneras, incluí también un cuento que escribí a los 25 años (y que había descartado para mi primer libro). Los lectores podrían tratar de adivinar cuál es, para comprobar si hay tantas diferencias. Creo que esos cuentos de mi primer libro eran más “descarnados”, tenían esa cualidad “esquelética” de la que habla Abelardo Castillo. Los cuentos que escribo ahora tienen en general algo del aliento, la ropa y el tempo de la novela.