Cuento incluido en Una felicidad repulsiva y publicado en la revista Ñ, septiembre 2013.
El hombre que me
abre la puerta es viejo, aunque no de los más viejos que me han tocado. Tiene
unos ojos fatigados, con esa fragilidad algo acuosa de la edad, pero la mirada
es lúcida, casi hiriente, y sus maneras son dignas y calmas. Cierra la puerta y
se mueve con lentitud de regreso a su sillón, como si fuera un trayecto
peligroso en el que tuviera que poner sumo cuidado; sólo cuando logra sentarse
me indica otro sillón enfrente de él. Se sirve un vasito de licor de una
botella facetada con una mano que tiembla ligeramente. Un Parkinson todavía
controlable.
--Discúlpeme por la hora -me dice-; espero
no haberlo despertado.
--No, duermo muy poco -lo tranquilizo-. Y
realmente quería salir, en todo el día no había tenido llamados.
--¿No llaman mucho, entonces? -sus párpados
se alzan un poco; las pupilas son de un color celeste acerado, pero a la luz de
la lámpara se ven casi grises.
--Sí llaman. Bastante. Más de lo que nadie
hubiera supuesto en un principio. Sólo que no me llaman a mí.
--Entiendo -dijo-: vi los otros avisos. ¿Qué
prefieren? ¿Mujeres? ¿Sacerdotes?
--Mujeres, supongo, sí. Pero no en un
sentido sexual, casi nunca. Buscan caras parecidas. A la madre, a una antigua
novia; alguien que les recuerde a un ser querido. Pero también hay modas.
Muchos piden enfermeras, o médicos.
--¿Y quiénes lo piden a usted? -su mirada
parece por un momento irónica pero la atenúa enseguida una sonrisa cortés.
--Ex académicos, sobre todo. Universitarios,
escritores. Gente que todavía tiene bibliotecas, como usted, y quieren una
conversación "filosófica".
--No, no se preocupe, nada de
conversaciones. Sólo quiero terminar mi copita. ¿Puede creer que ellos
intentaron enviarme un verdadero filósofo?
--Bueno, se supone que tienen que intentarlo
todo. ¿Cuántos embajadores tuvo?
--¿”Embajadores"? ¿Así los llaman? -se
sonríe y mueve la cabeza-. A veces pueden ser graciosos. Fueron siete en total,
llevé la cuenta. Son verdaderamente ingenuos, estuve a punto de escribir un
último ensayo: el desfile de las razones para seguir. Me enviaron incluso una
prostituta, una chica joven. Joven de verdad. Tuve que decirle: M'hijita,
podría haberlo considerado... ¡hace cien años!
--En general envían sólo tres. Pero escuché
hablar de casos como el suyo. Son los que consideran una anomalía. Usted no es tan viejo, no parece enfermo, ni
perdió las facultades mentales: yo veo únicamente un Parkinson muy suave.
--Sí, estoy sano, eso los desesperaba sobre
todo. En un momento llegué a pensar que en realidad me estaban estudiando,
debajo de distintos disfraces. O que era una clase de trampa legal, y que nunca
dejarían de sucederse, uno tras otro. Pero evidentemente se resignaron, esta
mañana me llegó el permiso oficial. Me dediqué a buscar la persona apropiada
toda la tarde. Vi muchos avisos en la red, pero no sabía a quién llamar. Del
suyo me gustó el título: Un final
definitivo. Eso es exactamente lo que quiero: que sea definitivo- suspira y
deja en la mesa el vasito vacío-. ¿Lo tiene en el maletín?
Sus ojos vuelven a mirarme y otra vez me
llama la atención el color cambiante de las pupilas bajo la luz. Apoyo el
maletín en la mesita y lo abro con cuidado. Parece decepcionado al ver sólo una
jeringa.
--No -dice-: tiene que ser algo más
drástico. Si no le parece mal, voy a buscar mi escopeta. No pienso dejarles el
cerebro. Son como buitres y están en todas partes: en las morgues, en los
cementerios, en los hospitales. Sé que se infiltran incluso entre ustedes para
recuperar la masa encefálica.
--Como usted quiera -digo.
Lo dejo incorporarse y caminar dos pasos,
hasta que me vuelve la espalda. Me acerco por atrás, le paso el brazo izquierdo
debajo del cuello, abro la palma sobre la nuca y empujo con fuerza hacia
adelante. Es el procedimiento alternativo, y se supone que preserva por unos
minutos el flujo sanguíneo a la cabeza. Llamo por teléfono mientras doy vuelta
con una mano el cuerpo delgado y reseco. Alzo con cuidado uno de los párpados
para mirar la pupila de cerca.
--¿Recuperable o irrecuperable? -me
preguntan.
--Recuperable -contesto-. Pero cambié de
idea sobre el trato. Prefiero quedarme con algo para mi colección.
--Sólo puede ser algo externo -me advierten.
--Los ojos
-digo-. Creo que son antiguos. Creo que son auténticos ojos humanos.