Por Carlos Aletto
Una felicidad repulsiva recupera desde la mirada de Guillermo Martínez lo
mejor de la cuentística argentina, esa que puede remontarse a Eduardo Holmberg
(en el siglo XIX) y continúa en Julio Cortázar, Abelardo Castillo y Jorge Luis
Borges.
El
cuento como género, cristalizado en los relatos de Poe (y que en la literatura
argentina nace de alguna manera particular con “El Matadero”), es desplazado
por la novela en el mundo editorial actual, a pesar de que los autores
canónicos de nuestra literatura se destacaron más por la perfección de los
primeros que por sus narraciones más extensas.
Martínez (1962) apuesta a este género y en una conversación con Télam explica que casi todas sus historias se le “aparecen bajo la forma de cuentos. En general, ese vislumbre inicial ya incluye el final”, puesto que “siempre me interesa alguna clase de revelación que sea inesperada para el lector”. Y agrega: “Esto no significa necesariamente un final sorpresivo, pero sí un nuevo sentido que sólo se alcanza al llegar al final, por eso me interesa también el suspenso como elemento narrativo, la acumulación en atmósfera y tensión.”
Martínez (1962) apuesta a este género y en una conversación con Télam explica que casi todas sus historias se le “aparecen bajo la forma de cuentos. En general, ese vislumbre inicial ya incluye el final”, puesto que “siempre me interesa alguna clase de revelación que sea inesperada para el lector”. Y agrega: “Esto no significa necesariamente un final sorpresivo, pero sí un nuevo sentido que sólo se alcanza al llegar al final, por eso me interesa también el suspenso como elemento narrativo, la acumulación en atmósfera y tensión.”
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