Ser escritor y los problemas de definición

Publicado en Escritores del mundo, junio 2014.

   A la pregunta de qué significa ser escritor, el intento de definición se esfuerza (inútilmente) por recortar lo suficiente o identificar un rasgo que sugiera alguna clase de valor, más allá de la comprobación tautológica de una cantidad de páginas escritas. La palabra es a la vez profunda y trivial, y basta cambiar la entonación para que concurran distintas acepciones o jerarquías para desglosar. En la acepción más llana y democrática un escritor es, me parece, simplemente una persona que se ha dedicado con cierta consecuencia y al menos durante una parte de su vida a escribir. Cualquier otro requisito que se quiera imponer queda de inmediato bajo el fuego de contraejemplos. Por ejemplo: ¿Es necesario haber publicado algo? No: Lampedusa murió inédito (y le rechazaron el original de El gatopardo poco antes de su muerte). Kafka sólo publicó en vida unos pocos cuentos; entre nosotros Salvador Benesdra se suicidó sin ver publicada su única novela El traductor. Y también existe la categoría –cada vez más exótica- de los que acumulan manuscritos porque se limitan a escribir por amor al arte.
   ¿Es necesario haber escrito una cierta cantidad de libros? No: Rulfo y su obra mínima. Alain-Fournier, muerto en la guerra a los 27 años, que dejó  únicamente El gran Meaulnes, Margaret Mitchell, y su solitaria Lo que el viento se llevó, o Harper Lee, que sólo escribió Matar a un ruiseñor.
   ¿Es necesario haber escrito durante toda la vida, para recibirlo como título honorífico al final? No: Rimbaud, que desertó para siempre de la literatura a los diecinueve años. Ernesto Sabato, que primero abandonó la ciencia y después de su tercera novela, también la ficción. Vila-Matas escribió Bartleby y compañía, sobre, justamente, los escritores que en algún momento prefirieron ya no hacerlo. Y también están los intermitentes: Saramago, que publicó una primera novela de juventud y calló por veinte años hasta volver a escribir. Italo Svevo, que se desilusionó con sus primeros fracasos, abandonó la literatura por los negocios y retornó a escribir muy avanzado en la madurez.
   ¿Es necesario ser ungido por la academia? No: Borges, ignorado por nuestras facultades hasta 1965 y atacado durante muchos años más. ¿Es necesario tener el reconocimiento de lectores? No: Di Benedetto y su obra tanto tiempo no leída. ¿Es necesario haber sido publicado por un editor? No: otra vez Borges y tantos otros, que se publicaron a sí mismos el primer libro. ¿Es necesario tener alguna formación en particular? No: hay ejemplos de todos los oficios terrestres y Piglia, famosamente, porque quería ser escritor, decidió eludir la carrera de Letras.
   Ahora bien, más allá de esta acepción “democrática”, en los círculos literarios la palabra se usa como contraseña para distinguir niveles. Por ejemplo, en la expresión “Te puede gustar o no, pero es un escritor”. Aquí, “escritor” reconoce a quien tiene, además de libros publicados, algo nuevo o interesante para decir, un mundo propio, una voz personal que sobresale y se reconoce de algún modo. Entre estos dos extremos están todas las gradaciones posibles, que incluyen la que cada cual elige como definición para sí.

Respuesta completa a una entrevista de Ñ sobre ¿Qué significa ser escritor?


Volver a Artículos