Prólogo para Argumentos en una baldosa, de Valeria Edelsztein y Claudio Cormick (Tanta Agua Editorial)

Hay un momento inevitable, en una disquisición filosófica, en un contrapunto judicial, en las posibles interpretaciones de un experimento científico, en una discusión acalorada sobre política, en que la razón debe dar “un paso atrás” para revisar sus argumentos, y también, si la discusión es leal, los de la posición opuesta. Ese pasaje -del punto en discusión a la argumentación lógica- no deja de tener algo siempre problemático, porque significa cambiar de algún modo el terreno de la controversia, desde el asunto concreto y particular hacia la cuestión más abstracta y genérica de la justificación, las razones más fuertes o más débiles que pueda esgrimir cada quién de su parte. Por dar un solo ejemplo, si quisiera invalidar “por exageración” la posición de mi rival con una analogía que extremara hasta el absurdo su argumento, él podría replicar que mi analogía no es lo bastante fiel al asunto en disputa, y proponer otra en que su punto de vista quedara más favorecido: muy pronto habríamos abandonado la discusión original por una segunda discusión sobre la validez epistemológica de las analogías. 

   En Argumentos en una baldosa, Valeria Edelsztein y Claudio Cormick se proponen –y consiguen- algo doblemente extraordinario: por un lado identifican y extraen, de la filosofía y de la ciencia, pero también de algunos de los debates más actuales, el jardín común de senderos que se bifurcan cuando la razón revisa sus propias armas y sigue rigurosamente cada posible disyuntiva. Por otro lado, exponen con claridad maravillosa, y a la manera de Elige tu propia aventura, las encrucijadas del pensamiento, para que el lector se deje convencer alternativamente por una justificación y la opuesta, o llegue a dudar de ambas. Algo más difícil todavía, lo hacen con humor y alusiones a la cultura popular a la manera de guiños, como la evocación de un diálogo de Phoebe (el personaje de Friends) sobre la teoría de la evolución para introducir la cuestión de la validez transitoria y siempre a punto de peligrar de las teorías científicas.



   En una época en que las redes sociales, sobre todo Twitter, se han convertido en una versión belicosa, pero quizá no tan disímil del ágora ateniense, y se discuten en la arena pública las cuestiones más intrascendentes y también las más importantes con toda clase de armas arrojadizas,  un libro como éste parece más necesario que nunca, por el examen crítico de las paradojas y limitaciones del “sentido común”. Hemos tenido debates ásperos y exacerbados en los últimos años, alrededor de la legalización del aborto, del matrimonio igualitario, de las maneras de enfrentar la pandemia, de si se puede llegar o no a algún mínimo territorio común entre los dos bandos principales de la “grieta”. Varias de estas cuestiones aparecen como alusiones en distintos capítulos. En la baldosa 4, por ejemplo, se analiza la cuestión del aborto a la luz de una analogía que intenta separarse de la cuestión de si el feto debe considerarse o no persona. En la baldosa 7 se pone en duda el llamado “privilegio epistémico” de las personas oprimidas: ¿debe la experiencia personal de una persona o grupo oprimido pesar a su favor a la hora de exponer una teoría? En la baldosa 8 se analiza la cuestión del etnocentrismo y los límites “aceptables” o “inaceptables” de los relativismos culturales. 



   Al leer los diferentes argumentos y dilemas que se suceden en el libro, se percibe un aire de familia entre algunos de ellos: la cuestión del relativismo individualista, examinada en la baldosa 1, hace recordar a la paradoja de Epiménides sobre los cretenses siempre mentirosos, pero también a la cuestión de la traducción radical planteada en la baldosa 9. La baldosa 3, sobre la desconfianza de Hume en la inducción para los fenómenos de la naturaleza, se prolonga en un salto hacia la baldosa 6, en lo que se llama la “meta inducción pesimista”. Los mismos autores proponen otras afinidades y recorridos temáticos. 



   Este aire de familia entre argumentos que se originaron en disciplinas, épocas y discusiones distintas nos lleva a pensar si habrá una forma de clasificar en unos pocos patrones el juego lógico de la argumentación. Leibniz imaginó alguna vez -en su proyecto Característica Universal- un cálculo combinatorio para el pensamiento a partir de algunos conceptos primitivos y elementales; del mismo modo Borges se preguntaba, siguiendo a Goethe, si habría una gramática de las formas narrativas, y si cada historia no es quizá sino un avatar de otras ficciones de otras épocas, que se repiten con ligeras variaciones a partir de unos cuantos modelos. 



   Los argumentos dentro de este libro permiten imaginar una próxima aventura, quizá una edición ampliada hacia el futuro, de un segundo juego de rayuela fascinante en la persecución de esos patrones fantasmales de eternos retornos.