El acertijo de Babel
(Sobre las letras misteriosas en los dorsos de los libros)
Mucho se ha escrito ya
sobre la Biblioteca de Babel, esa versión espacial, arquitectónica, que elabora
Borges a partir de una idea de combinatoria expuesta por Kurd Lasswitz con
menos encanto literario en su cuento “La biblioteca universal”. A esta altura las
monografías y comentarios podrían ocupar su propio estante vertiginoso en
alguno de los vericuetos de la magna construcción borgeana: el bucle autorreferencial
en que la Biblioteca lee sobre sí misma.
Entre las páginas recientes se ha
escrito, por ejemplo, con demasiada ligereza, que el cuento prefiguró la red de
redes Internet: esto es profundamente erróneo, casi lo opuesto a la
desesperanza de sentido que domina el relato. Borges insiste una y otra vez en
que casi todos los volúmenes de la Biblioteca son ininteligibles: se dice que
uno de los libros “constaba de las letras M C V perversamente repetidas desde
el renglón primero hasta el último”. Y también: “por una línea razonable o una
recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de
incoherencias”. Internet sería apenas
una mínima subregión desperdigada: la módica reunión de los libros descifrables
en los lenguajes conocidos humanos.