Prólogo para Kavanagh,
de Esther Cross
Entre las muchas
posibilidades binarias para dividir los libros de cuentos, quizá la más
inmediata es la dicotomía diverso-conexo: por un lado la de aquellos libros con
relatos de temas, registros y ámbitos muy distintos entre sí, y que no tienen
esperanza ni voluntad de amalgamarse y, por otro lado, los libros como Kavanagh, con una inspiración casi
arquitectónica, como desliza Esther Cross en la nota final, citando a Richard Yates.
Y bien: si es cierto que una historia “es una casa, con cimientos, ventanas y
todo”, en esta colección Esther Cross realiza la doble acrobacia de levantar
con su multiplicidad de historias y ventanas todo un rascacielos, también imaginado, a la par del real, como un
fantasma próximo y querido que comparece hacia lo altísimo cada vez que se mira
desde una vereda de infancia.