En la simplificación cruel que es toda
muerte, el nombre de Haroldo Conti quedó sonando por años como víctima
emblemática de la última dictadura militar y no tanto como el escritor complejo
y formidable que es, de múltiples caras y necesarias relecturas, irreductible a
etiquetas rápidas. La reunión definitiva de todos sus cuentos permite ahora
otra vez asomarse al escritor en sí, en
el arco completo y cambiante de su vida, y en todo el espectro de sus registros
literarios.
Una de las primeras sorpresas, para los amantes de las paradojas: el
hombre que dio la vida por la revolución social amaba sobre todo a los
personajes solitarios, desprendidos de todo lazo, a los pescadores
ensimismados, a los navegantes sin rumbo, a los descastados. “He dicho muchas
veces que yo no escribo la Historia, sino las historias de las gentes, de los
hombres concretos... El hombre en su totalidad es una causa.”
Una segunda sorpresa: junto al universo más recurrente y recordado de su
obra, el delta de orillas movedizas y
embarcaciones (“un hombre como yo sin un barco como yo no está completo”)
aparece otro mundo de pueblos polvorientos y un camino inmóvil “como un río
seco bajo el sol” por donde llegan y se van los personajes de una
reconstrucción simbólica de la infancia. Quien lea con atención verá de
historia en historia las reapariciones sigilosas de una familia fantasmal, y en
la primera soledad del niño de “Otra gente”, que espía desde el techo, el
germen de todas las otras soledades.
De un lirismo sobrio, siempre atento a las nervaduras y vibraciones de
lo real, a los quehaceres y oficios terrestres, a la lucha ríspida y amorosa
con la naturaleza, la escritura de Conti tiene algo de pincelada paciente en
busca del color diferencial y preciso. Pavese,
Conrad, Hemingway, Horacio Quiroga, son nombres que se unen fácilmente a su
nombre.
Haroldo Conti fue secuestrado y asesinado cuando tenía 51 años. Para uno
de sus cuentos más famosos –“La balada del álamo Carolina”- había elegido, como
epígrafe o premonición, esta estrofa anónima:
Ciruelo
de mi puerta/ si no volviese yo/ la primavera siempre volverá./ Tú florece.
Sus cuentos, obedientes, siguen floreciendo
hoy.