El escritor argentino Gullermo Martínez acaba de publicar “Yo también tuve una novia bisexual”, donde se propuso trabajar sobre el lenguaje y la forma en una novela erótica.
POR Mauro Libertella
La nueva novela de Guillermo Martínez tiene un título de curiosas reverberencias aireanas: Yo también tuve una novia bisexual . El eco podría no decirnos nada, pero cobra otra densidad a la luz de una serie de debates que hacia el año 2007 tuvieron a Martínez como uno de sus puntales más activos. Allí, en su ensayo “Un ejercicio de esgrima”, en el que desplegaba su propia mirada del canon argentino posdécada del sesenta, afirmaba con énfasis: “César Aira es el lago de Narciso en que se mira el posmodernismo enamorado de sí mismo. Ya sabemos que la estética posmoderna prefiere rutinariamente, como un automatismo incorporado, lo inacabado sobre lo concluido, lo aleatorio frente a lo determinado, la vacilación frente a la afirmación, lo declinado frente a lo sostenido, lo superficial frente a lo profundo, lo fragmentario frente a lo completo. César Aira les da todos los gustos y ningún disgusto”. Como buen matemático, Martínez abonaba a una lectura crítica de la literatura deudora de la lógica binaria: formalismo contra narrativismo, posmodernidad contra neoclasicismo, lo lúdico contra lo grave. En ese rompecabezas de políticas literarias, Martínez, al modo borgeano, lee a los otros para sentar las bases desde las cuales quiere que su obra sea leída, y traza en ese movimiento un mapa de afinidades con la tradición clásica del relato estructurado bajo la premisa de la lenta evolución de un misterio, el culto por lo sucesivo, el detalle realista, la educación sentimental del personaje y el estilo que, en vez de opacar o ambiguar la historia, la acompaña. Así, ya instalado en el centro neurálgico del debate, Martínez publicaba en 2007 La muerte lenta de Luciana B., y cuatro años después llega su nuevo relato.
La historia, para resumirla en dos líneas, es la de un escritor que viaja a una universidad del sur de Estados Unidos para impartir un seminario. En esa ciudad rutinaria y conservadora seduce a una alumna joven y, en el cenit de una relación breve y epifánica, profesor y alumna se enamoran perdidamente. Así, Martínez narra por primera vez, con detalle lingüístico, el acto sexual y su universo. Toca también algunos tópicos políticos, aunque la novela los relegue a un segundo plano.
Yo también tuve una novia bisexual es, finalmente, la historia obsesiva de un hombre enamorado.